sábado, noviembre 22, 2008

Lágrimas

Creo que Lucy murió con la última lágrima que derramé por el Señor. Aunque si tengo que ser del todo sincera y entonces admitir mi contradicción, tendría que Lucy murió con la nueva sonrisa que en mí instaló él, quien no precisa ser Señor para hacerme sentir que perdí un montón de tiempo con el Señor, esperando algo que nunca sería. Más todavía: que supe más de una vez que nunca sería y por esa cosa tan puta de una que cree que todo lo puede o que por lo menos puede comprobar aquello que vio y que la realidad le niega que existe, una y otra vez, llamándola a la humildad, al reconocimiento de la derrota.
Chico nuevo, como decía una amiga, una amiga benjamín debería decir en honor a ella tan porfiada todavía en poder todo eso que ninguna de nosotras pudo y probablemente no podrá, no necesita del él con mayúsculas, siente que es mi huesito por más que esa palabra no esté en mi vocabulario aprendido en el seno de una pareja que no recuerdo que se haya trata de mi amor, y forjado al lado de un tipo que sólo demostraba sus sentimientos ante la desesperación del pérdida, del abandono, y nunca en el cotidiano levantarse, cuando una mirada, al igual que aquella palabra que atribuíamos de chicas a dios, bastaba para sanarnos, despejar todas las dudas que continuamente nos asaltan vaya una a saber si porque el mundo es puto, porque una es puta o por la puta madre que nos remil parió.

miércoles, junio 18, 2008

Un mañana

Creo que me parezco a Lola, o al menos eso quisiera. Hace rato que no postea, y yo me tomé mis semanas. Semanas de dicha, sí. Con mucho sexo, y más placer. Con N curtiéndome de lo lindo, y bien, con picos de muy bien. Supongo que llegará el excelente, aunque conociéndome no me parece una buena recomendación: me seguiría gustando? Vivir en las nubes tiene estos inconvenientes: una sabe que apenas llega a la cima, después todo es bajada. Y aunque Mariana Enríquez haya dicho hace años otra cosa, a veces bajar es lo mejor. Con N lo fue. Fue lindo y lo sigue siendo.
El problema del amor a esta, mi edad, son las resignificaciones. Tanto como si para atrás fue bueno o fue malo, lindo o feo, placentero o doloroso, siempre, siempre, es para peor. Si fue lindo ya nada podrá superarlo: la juventud es así, con sus hormonas se lleva su frescura, entonces una cae en la cuenta de que no se repetirá. Si fue feo, igual pero al revés: cómo haber errado de semejante manera, y cómo, del error, surgieron dos hechos extraordinarios que te hicieron otra persona, y por lo general esa otra persona que te hicieron es mejor que la anterior; cómo del error hubo dos hijos maravillosos. El Señor resolvió todo de una buena vez, agarrándose el bicho: clausura total de la posibilidad de la algarabía, el HIV siempre estará recordando en qué lugar está parado. Yo me sigo complicando, como siempre me gustó hacer. Pensé que la nueva complicación que me buscara me daría el fascinante éxtasis de las anteriores. Pero no, me lleva a repensar todo y descubrir cosas que, más que mal, me duelen y me lastiman. Y así, en el dolor, es difícil entender, porque es difícil pensar. Hacia allá lejos, hacia los años en que conocí al Señor me lleva N. Y me hace preguntar por qué no lo pude haber conocido en aquel entonces en vez de al Señor Pero no lo puedo desear: su condición de posibilidad implica que ellos dos, los maravillosos errores del error, no existan. Sin solución, lo mejor es seguir. Y esperar que Un mañana, como dice Spinetta, depare aquello que tanto se buscó ayer, y pese a todos los esfuerzos, no se encontró.

miércoles, mayo 28, 2008

Vivir en las nubes

Escribir desde la felicidad es difícil. Para mí siempre fue así. De hecho el origen de este blog tiene que ver con mi tristeza, mi bronca, mi amargura, me pena, la lástima que sentía de mí misma. El consejo de un terapeuta que ya no está en mi vida fue el que lo motivó y lo incitó; incluso casi lo impuso como parte de mi recuperación. Recuperación que llegó, a Dios gracias, y creo que por una cosa de orgullo, sin tomar su mano. La del terapeuta, no la de N, que me hace sentir en las nubes, y ay qué miedo me baje. Tanto miedo que al fin sucede, nos diría Ceratti. Pero no lo puedo evitar. No se lo conté a nadie. O casi nadie. Apenas lo dejo entrever. Es como un tesoro, un por las dudas no le digo a nadie a ver si me lo queman, si me lo soplan, si no sé qué. Incluso ahora, después de una noche en la que me dio amor hasta llorar, no me atrevo, como si la única posibilidad de escribir y de decir fuera desde el dolor. Desde la pérdida. Como si la única forma de apreciarlo y de apreciar lo que me da fuera pensar cuánto perdería si se va. Imposible de disfrutarlo cuando está. Como si me sintiera desbordada de felicidad y el miedo a demostrárselo fuera mayor al riesgo de contener la alegría. Y eso no me hace sentir bien. Pero me entusiasma. La posibilidad de volver a expresarse como alguna vez se creyó ser, o de hacerlo de la alguna manera que nunca se lo hizo por más que se parezca a muchas otras, provoca en mí una alegría sin par, la felicidad de que sí, era posible vivir en las nubes.

sábado, mayo 24, 2008

Cansancio

Hasta no hace mucho las madres decían que el amor necesitaba esfuerzo. Sacrificio, también decían otras, menos. Nosotras, los que entendimos que nos podíamos dejar estar si pretendíamos que ellos nos siguieran deseando cuando perdiéramos el encanto de la juventud, entendimos que el esfuerzo, el sacrificio, no era el que ellas nos decían, incluso que no hacía falta. Establecimos reglas claras y precisas de qué deberían hacer para tenernos, y la libertad de la píldora primero y de la cultura después, nos permitieron hacer, como dice esa propaganda de Cortoon Network, lo que queremos. No entendimos, más bien lo hicimos de grandes (y no todas) que el esfuerzo igual había que hacerlo. Otro, no el que mamá nos dijo. Uno nuevo, producto de nuestra propia acción: no evaluamos que ellos igual se irían, o nos cambiarían, y que entonces al esfuerzo de mantener el amor habría que sumarle el de obtenerlo. No calculamos que si todas hacíamos lo que queríamos, entonces para ellos la oferta sería mayor, y las oportunidades de dejarnos más abundantes. Como solía decir alguien que escucha en la radio, nos quedamos solas en Palermo tomando una lágrima (bebida que nos pinta mucho más de lo que pensamos, pero eso otro día). Palermo primero, San Telmo después, después todos los Palermos, más tarde Villa Urquiza y así copamos la Capital Federal. Solas, pretendiendo que no nos interesaba, la muestra más palpable de que nos interesa un montón. Hastía cuánto nos interesa. Ahora que luego de las diabluras que conforman el viaje interno de rigor, esa larga caminata por el desierto, vuelvo a poder encontrarme con alguien, resulta que hay hijos, compromisos previos, trabajo, obligaciones, edad; cuesta mucho andar cual impune adolescente por la calle dándose besos, abrazándose, tocándose y soportar las miradas sin hesitar, haciendo caso omiso a la vergüenza, suponiendo que cualquier vergüenza vale la pena por lo que recibimos a cambio y disfrutar, concientes de que sólo es por un rato, de la oportunidad del amor, que no es más que la oportunidad de ser feliz.
A los 40, nuestras madres hacían el esfuerzo para soportar las consecuencias de lo que habían sabido conseguir. Nosotras debemos esforzarnos para conseguir algo, entregar ingenio y dedicación sin tiempo para pasar con él, sin posibilidad de besarnos apenas tenemos ganas, de cogernos, de decirnos esas cosas al oído que tanto nos calientan. Porque podemos tener el sms, y calentarnos mucho, incluso masturbarnos, pero no lo vamos a poder ver de inmediato, no vamos a tener eso tan hermoso del enamoramiento que es disponer del tiempo a voluntad, incluso de parar el mundo si es necesario por estar un minuto con él. 

martes, mayo 20, 2008

Regreso al viejo mundo

N me enseñó algo nuevo. Mejor dicho aprendí. N se apareció como los tipos que te enseñan cosas contra su voluntad. Hasta el otro día no era así. Era un tipo nuevo que me pedía que volviera al mundo. Y yo, tonta (porque las chicas siempre nos decimos así cuando algo no nos sale como empezamos a soñar, pensando que por soñarlo ya tenemos derecho a adquirirlo y que si no lo adquirimos somos tontas por soñarlo), pensé que me hablaba de una vuelta al mundo pero a un mundo que por el simple hecho de que había pasado el tiempo ya no era el mismo del que me había ido.
Aprendí una de las razones de nuestra soledad. Después de un buen rato de llanto infantil por el mundo perdido (el mundo que nosotras habíamos perdido), algunas empezamos a buscar hombre. Hombres algo chapados a la antigua, algo tipo macho, pero que reconocieran su derrota, por decirlo de alguna manera, como nosotras, al buscarlos así de nuevo, reconocíamos. Tengo bronca pero quiero evitar el juicio, así que no les diré idiotas, y tendré en cuanta que a veces las circunstancias hacen reaccionar con delay. No quiero exagerar, pero en la cara de N vi algo. En sus ojos vi más; cuando no me miraba y lo miré. Vi algo que me decía que él también algo había aprendido, descubierto sería mejor decir. Estaba descubriendo que estaba bien dejar un poco la infancia de lado, sobre todo la parte del capricho y el deseo a cumplir a rajatabla, como si fuera el único, como si la felicidad tuviera que ser prefrabricada o no ser. Casi soy capaz de jurar que vi eso en sus ojos, aunque luego él me desmintiera en la cama, haciéndome gozar como hacía rato no lo hacía, ayudándome a olvidar por primera vez al señor y todo su mundo, su iconografía, su necesidad, su estupidez, las fantasías de cada tipo que aún despertaba en mí, todo para no gozar él, o no pudiendo hacerlo pese a mí, que sin necesidad de dedicarme sentía que lo podía hacer sentir, olvidar, revivir, tomarle la mano para entrar de nuevo al mundo, al mundo nuevo que duró menos que una ilusión. Acaso ni eso quede.

viernes, mayo 16, 2008

El mundo de nuevo

El mundo me espera. Una vez más. Como lo hizo hace ya muchos años y por eso del amor, los mandatos, la cultura y el machismo, me presenté para después ausentarme. Ahora sabemos que el mundo siempre espera. Y que nos esperó desde siempre. Pero ellos, nuestros amigables rivales, nuestros necesarios opuestos por necesidad de confrontar con alguien antes que porque se nos diferencien tanto como creemos, nos hicieron creer el mundo no nos esperaba, y nunca lo había hecho. El mundo nos esperaba, en todo caso, cuando uno de ellos aparecía y nos permitía presentarnos en sociedad, mostrar cuánto valíamos, especialmente por el hombre que nos había tocado al lado. Luego no valdríamos más, excepto que diéramos hijos sanos. Pero ese valor nunca sería lo suficientemente valioso como para que ellos ya grandes, maduros, hombres que la sociedad podría usufructuar para ser mejor, reconocieran que parte de lo que eran nos lo debían. La sociedad ni siquiera se planteaba el interrogante. Hecha por ellos y para ellos, no marcaría mérito alguno de nosotras, apenas madres, jamás mujeres.
Nacimos en ese mundo en rémora. Ya no era la rémora de ese mundo, la descomposición de esas estructuras ya era tan grande que parecía estar todo por hacerse. Y lo hicimos. Muchas veces mal. O seguimos sufriendo por hobby, vicio, desidia, impericia, voluntad? O por que somos mujeres? Je. La mayoría de los males sigue haciendo eclosión en nosotras más que en ellos. Tal vez porque algo de eso hicieron, dejándonos un mundo devastado para que lo arreglemos solas, mientras ellos sacaban platea preferencial para vernos caer en el barro, reírse un poco de nosotras y luego esperarnos cual película en una mecedora en el porche con una sonrisita sobradora mientras en el mejor de los casos ensayaban un hola, en otros peores un volviste?, y en los más nefastos un yo te avisé.
La noche con él, las noches con él (ya fueron dos, una mejor que la otra) exponenciaron la tranquilidad tanto como la preocupación, ya rayana con el miedo; miedo hacia mí, a lo que el dolor depositado, nunca extirpado, apenas acomodado en algún lugar de mi ser, puede hacerme hacer. Esas noches me llaman al mundo. Le avisaron que existo, que en cualquier momento debe preparar una nueva recepción, seguramente distinta a la de tantos años atrás, guardada inmaculada en el recuerdo, de la mano del señor, en un mundo que parecía infinito. Hoy ya conozco sus límites. Algunos, no todos. Y sé que me espera para lo mismo de siempre, para que le diga, como decía Arendt, qué tengo de nuevo para ofrecerle. Y a diferencia de aquella vez con el señor, en que la confianza ciega en él (o la comodidad de confiar ciegamente en él) me hacía sentir segura, ahora la decepción me mantiene a resguardo. Y eso, después de dos noches como las que pasé, me acerca tanto a un gran problema como a la alegría. Ay, qué pena la alegría.

miércoles, mayo 07, 2008

Poquito sobre mi madre III

Con mi madre tuve una costumbre, que como todas son adquiridas: un día, no llamarla más mami. El hábito al poco tiempo incluyó no llamarla más mamá. Sólo ma decía cada vez que quería llamarla, cada vez que le hablaba por teléfono, cada vez que le reprochaba algo. Ma me enseñó que en los hombres mejor no confiar, entonces yo porfié en cada relación. Quería a mi padre, y lo sigo haciendo, aunque no como antes, claro. Es difícil querer a un viejo, es necesario no querer a un viejo. Los viejos se van gastando para que los queramos menos, para ellos querernos menos a nosotros y así irse en paz, darnos una tregua. Quería mucho a mi papá, además, porque siempre que sos chiquita lo querés, y cuando sos más grande querés un hombre como él, y cuando seguís creciendo y conociste a tu padre porque tuviste un novio que era como él, entonces te das cuenta de que él, tu papá, no era tan bueno como parecía, ni tan lindo, ni tan amable, ni tan respetuoso de las mujeres; o sea de tu mamá, es decir de vos.
Con mi madre, después de que la dejé de llamar mami y mamá, tuve otra costumbre, aunque recién ahora que ya no está me doy cuenta de que la tuve, y me di cuenta porque incluso la sigo teniendo sin su presencia. No es que nunca había visto nada, sólo que lo veía mal. Hasta hace unos días, digamos hasta que apareció H, algo a lo entregarse al monoseo más feliz, pensaba que sólo era tolerante con ella (y con todos, pero con ella en especial) cuando I'm was in love. Me parecía lo más común del mundo, a todos les pasa. Pero el otro día, después de que H dejó que lo manoseara a destajo agradeciéndome con besos porque no lo dejaba ni quería que me penetrara, de que con alegría lo hiciera acabar en mi boca, me enojé con mi padre de una manera algo desacostumbrada en los últimos tiempos, mucho más desde la muerte de mi madre. Pelearme con él siempre me hizo sentir protegida: no había forma de confiar en ellos, algo siempre traicionarían.
Ya me había dado cuenta de que H llegaba para algo más que sexo, y eso me convertía en una mujer desafortunada: nada que revivir, nada que valiera la pena volver a intentar, cualquier sentimiento que apareciera además de una pérdida de tiempo sería, sin duda, un dolor innecesario. Días después de la pelea, después del sexo con H que para mi desgracia resultó feliz, como feliz resultó que me invitara a quedarme en su cama, a su lado, a dormir, y pese a mi reticencia clara me abrazara por detrás respetando que no quería cucharita, me di cuenta de que pelearme con papá me servía para alejarme de los hombres, para mostrar mi repelencia. No creo que H haya visto algo en mí que yo no considero; más bien me parece que tiene una necesidad que yo le sacio. De eso se quejaba mi madre acerca de mi padre, como si sólo recibiera hasta que él obtenía lo que quería (y no era sexo precisamente), y después se desdibujaba. Esa era la razón por la que mi madre no confiaba en los hombres, aunque mi padre haya sido el único que tuvo. También la razón por la que me inculcó a mi hacerlo, y así probarlos eternamente, hasta que se cansaban, y se iban. Porque yo no era como mi madre, ni nunca lo sería; apenas una aprendiz que aprende para que la sigan queriendo. Mi madre nunca me habría perdonado que en eso no la imitara, y no me habría amado.
H todavía está, y aparentemente, tranquilo. Yo estoy muerta de miedo. Con muchas ganas de pelearme con mi papá.

lunes, abril 28, 2008

Every time

Pensé que no me iba a pasar, que lo que me pasaría, llegado el momento, sería otra cosa. Pensé que alguien en algún momento me podría gustar, pero que no vería el brillo de mis ojos; menos yo el de los suyos. Pensé que ya no me daba para eso. Y quizás porque no lo pensé, pensé que si llegaba el momento podría mantenerme al margen, o corrida. En ningún caso involucrada, que me tocase. Ni siquiera un roce. O por lo menos uno de esos que calientan y no uno de los que sensibilizan. Pero ahí estuvo él, sentado frente a mí, haciéndome tomar cerveza con lo que poco que últimamente me gusta la cerveza, y más habiendo tragos a disposición. En su cara había cierta frescura. O yo vi cierta frescura. Y eso vuelve todo más peligroso, y el peligro aumenta el temor, el temor se convierte en susto y quiero otra vez quedarme en casa, sola, con el mínimo contacto posible, menos que el imprescindible, temiendo volver a verlo, que llame, que proponga, que le haya gustado.
Y ojalá todo me sucediera por protección y no hubiera la mínima sospecha de que es porque no podré hacerlo más, que cualquier contacto que amague con sensibilizarme, siquiera con hacer surgir una sensación cercana a lo que sabemos que fue hermoso sentir pero dejamos en el camino porque vaya una a saber por qué aunque siempre pensamos que fue por nosotras, oh omnipotencia, me conduzca nuevamente al despeñadero y no pueda ya salir nunca más. El miedo a lo improbable no deja ni espacio para el consuelo de lo posible. Y eso indica que está todo mal. Que la tristeza repentina que no pude detener desde que dejé de verlo es el mejor indicio para no volver a verlo. Y sí, claro, el día otoñal, acaso el primero del año, ayudó; y la caída del sol en la ventana que da al noroeste, también. Y para qué hablar de la música descubierta aquí. Pero nada puede sacarme de la cabeza que fui con entusiasmo. Y suelta. Sobre todo eso, suelta. Y que sentarme frente a alguien que parecía quererme mucho más que para coger, que mi compañía le agradaba, mi forma de decir le causaba gracia y lo que decía le parecía inteligente me dio vuelta como un guante.
Pensé que no me iba a pasar. Ya no. Que a cambio de todo lo que se llevó, el señor dejó la fortaleza de un saber que nada alteraría. Y lo único que dejaron en claro los besos de ayer es que la fragilidad sigue incólume y el señor sólo dejó susto a cambio de todo mi amor.

jueves, abril 24, 2008

Ojalá lo escuche

Y cuando el treintañero casado al que le di la posibilidad de que nuestra primera cita fuera en mi casa para que no sintiera miradas extrañas y se sintiera cómodo, me dijo que no porque no le daba, que la culpa lo podía aunque nunca lo había podido para impedirle histeriquear y controlar que su cuerpo no se acercara involuntariamente al mío, entonces se me ocurrió contestarle el mensaje de texto diciéndole que bueno, que qué lástima, que ésa seguramente sería su última oportunidad conmigo, y tal vez la última que se le presentara para poder construirse un futuro recuerdo gracioso y agradable, que después de todo es lo único fructífero que queda de la culpa.
Claro que a mi manera sabía que su idea de engañar a su mujer, a la que por suerte no conozco, se debe a un motivo superior, y que es precisamente ese motivo y no el engaño lo que le da culpa. Que incluso no es culpa, es el descubrimiento de sentir que tiene que decirle a ella aquello que hace tiempo tiene ganas de decirle, y que haberlo buscado hacerlo de mil maneras y mil veces haber fracasado, lo lleva ahora a hacerlo de la peor manera posible. Y sin darse cuenta de que peor que eso es no darse cuenta de que por lo menos tiene una manera de decírselo, y más: todavía quiere decírselo, le interesa decírselo. Tanto, que incluso está dispuesto al engaño como para lograr que ella, finalmente, escuche lo que cada vez más tiene ganas de decirle, eso que ya se lo dije muchas veces y ella, siempre, se empeñó en escuchar lo que quiso.

domingo, abril 20, 2008

Yendo suelta

Yendo suelta, sin más compromiso conmigo misma que aceptar lo que se diera, resultó una fiesta mejor de lo que mi simplona imaginación habría aportado. Fui tan suelta como para poder generar en mi cabeza una crónica que comenzara con un gerundio, apartada totalmente de las reglas que tratan de evitarlo como si fuera el mismísimo mal, o la porquería que era el sexo cuando chicas, y aceptando la posibilidad que en ese instante, y sólo en ése, me daba por yendo, uno de los gerundios más condenados por los editores, entre ellos, claro, el señor, que lo supo ser, y de los duros.
Tan suelta como para no atolondrarme con el punto seguido, y poner un punto y aparte, y pensar que es muy lindo ser reconocida, mirada, mimada, apoyada, franeleada en las tetas, apretada en la pelvis, meneada con la mano en la cintura, besada con pasión y ternura en la mejilla, como se besa a quien se desea en futuro.
Tan suelta como para saber que si pintaba algo tendría que ser express, porque esperaban los chicos en casa con la señora que los cuida, y la señora debía amanecer en su casa, y en mi casa nadie más que los chicos y yo debíamos amanecer; y que entonces sería express en la casa de él o en el antaño visitado albergue transitorio, todo un flash, un deja vu irrepetible que se hubiera convertido en un viaje lisérgico, y que sólo con eso pagaba todos los riesgos.
Tan suelta como para volver sola y no pensar que había perdido nada. Y que si había perdido no importaba, porque como me dijo un amigo respecto al tiempo hace uno años: lo único que se puede hacer con él es perderlo. Y así se me cruzó la loca ida de que más rico que haber ganado es haber perdido mucho: eso habla de las muchas oportunidades que una se generó y que osadamente dijo no donde la mayoría hubiera dicho o dijo sí, y que si perdió mucho es porque mucho la desearon y que el hecho de haber rechazado ofertas lejos de hacerla superflua y pretensiosa la hizo elitista y fina, pero por sobre todas las cosas, sin culpa: sólo de esa manera es posible disfrutar de esos momentos en que una se va de una fiesta empujando pretendientes con una sonrisa en la boca y una carcajada interna, un estado de la felicidad poco compartible, como la mayoría de los estados de la felicidad.
Tan suelta como para volver, verlos dormir (a ella, a él no porque ya es grande y la eventualidad de despertarlo por un placer sólo mío sería motivo de crispación, entorpecimiento de la relación y peor, y muy a mi pesar, dar lugar a un trato símil pareja que descubrí hace poco y me puso enteramente mal), y pensar que después de todo no está tan mal, que la madre se sienta linda y agraciada muy probablemente redunde en un beneficio para ellos, que al verla bien (feliz, podría decirse), se animarían a más, especialmente a molestarla, como a veces molestan muy bien los chicos con su: Mamá, jugamos?; o su Maaa!, venís? Y que después de todo, para ellos, puede ser una aventura quedarse solos, lejos de su madre, como cuando chicos con mis hermanos festejábamos las salidas de mama y papá.
Yendo tan suelta que parezco alegre. Y lo estoy.

martes, abril 15, 2008

Dolores

Tal vez no fue que el tiempo cambió si no que nos equivocamos. Seguro las dos cosas, pero cuesta mucho discernir cuánto de cada una. Cuando la vi por primera vez dije, en chiste, que cuando fuera grande sería como ella. Ella era más chica, pero no mucho. Me gustaba más que Deborah, hermosa, pero muy moderna. Dolores daba el tipo justo. O al menos El Rayo demostraba que buenos productores de televisión podían hacer de alguien apenas ducho un ser competente. El mundo se ampliaba. No hacía falta un background tan importante, un pasado que permitiera plasmar un presente de éxito copado. De alguna manera era mi aliciente, venida de un barrio pobre aunque yo nunca lo hubiera sido, esa cosa que el barrio te impregna por los poros siempre se me notó, y apenas pude ser la chica fina que soñé de chica. Dolores, La Barreiro, era más que una ilusión, era esperanza. En unos minutos abre el programa de Tinelli. La veo con Catalina, que casi ya es Cata y quizás nunca más Dlugui, y no puedo dejar de pensar que algún día quise ser como ella, que ella simbolizaba mi sueño de futuro y que ahora es eso que veo en el televisor, los labios inflados, la mentira fácil sin el mínimo pudor porque se le note, y yo del otro lado, sin consumar la esperanza, con un presente más que triste y una ilusión que no aparece, preguntándome dónde estuvo el error, si hubo error, y si todo no se ha vuelto tan pero tan inmanejable como en aquel viaje mágico hace muchos años en el que el señor, mi señor, preguntaba mientras cruzábamos en micro San Pablo: ¿cómo hacés para gobernar todo esto?

lunes, abril 14, 2008

Noche francesa

Estaban todos los que se sienten dueños del Bafici. Y sus amigos. Los que sienten que les pertenece. Los otros, los que luego de bregar por años cayeron en la cuenta de que no pertenecieron ni van a pertenecer, se quedaron en sus casas; ni siquiera hicieron el esfuerzo por ir. Estuve, como todos los años. Y también estuvieron el comentario de que es la fiesta imperdible del Bafici, que la comida está buenísima, que hay bebida a saborear como pocos de los que están ahí en sus vidas podrán tomar pagando, y que se puede fumar casi en cualquier lugar sin necesidad de cagarse de frío. Quería ir, y fui. Quería un affaire, y no lo tuve. Si a la apertura fui sin entusiasmo, a la fiesta francesa fui con inocultable esperanza. No quería amor, sí cariño, afecto algo beodo, torpes caricias etílicas, besos suaves y largos, de esos que no se piensan y duran sólo porque son el mejor estado en el que se puede estar; y no caerse. Bailé mucho y lindo. Pero los lindos no me vieron, no se fijaron en mí. Miento, sí lo hicieron. Pero no bailaban. Estaban preocupados por sus palabras y su gracia, nula casi siempre, como en la mayoría de los varones que no quieren bailar porque no saben, como si hubiera que saber todo lo que una se anima a hacer; o peor, sólo hacen lo que saben hacer, convirtiendo su vida en un aburrimiento continuo, aunque claro, seguro. Los que bailaban, los que no se fijaban en mí, suponían que era la podían llevar al final de la fiesta. Esas que, entregadas a la desesperación, se van con el primero que se lo propone cuando la fiesta tiene final preciso. Ahí fue cuando me fui. Esquivé un par que se me venían encima, pibitos alcoholizados al punto de desmayo, el derrape, o directamente el vuelco. No eran de los lindos. Los lindos creo que se habían ido todos. Así que salí y caminé sola ante la mirada de un par de chicas cuya expresión hacía pensar que creían que me iba sola del pedo que tenía y que no me daba cuenta de que era peligroso, antes de que me iba por una necesidad imperiosa de llorar sin que alguien me viera. Lo conseguí a medias. El taxista me miró por el espejo, y cuando estuvo a punto de amagar con preguntar algo, me bajé. Tambaleé más por el llanto que por el alcohol, y entré al edificio sin problemas; no había guardia. El ascensor, último obstáculo para el seguro idilio entre mi llanto y la cama, resultó una estación que cobija, aisla y permite no ser vista, pero quedé incada y casi sigo de largo en mi piso. Con los ojos llorosos abrí la puerta , .y sin tirarme en la cama, porque estaba dispuesta a mucho para terminar llorando en la cama, me saqué la ropa, y las lágrimas no se detuvieron, me lavé los dientes sin prender la luz, truco básico para no verme en el espejo y dejarme ganar por el llanto, y con los ojos cerrados manoteé la remera de mangas largas que uso para dormir, y entonces, al ponérmela y ver mi vientre tan sensual como en desuso, no contuve más y estallé en un llanto imperdurable. Los ojos me dolieron por varias horas.

miércoles, abril 09, 2008

Apertura

Llegué tarde, como no podía ser de otra manera. Tarde para la película, no para la fiesta. Para la fiesta llegué temprano, como no podía ser de otra manera. Con lo poco que puedo enfrentarme al qué tal tanto tiempo en qué andás, llego a todos los lugares en ese tiempo en el que no se llama la atención: un momento indefinido en que la mayoría ya está enganchada con alguien como para no prestar tanta atención a quien llega. Antes te preguntaban cómo andabas, ahora en qué. Soy consciente de mi edad, pero no me parece mal: creo que el en qué andás es más apropiado, o habla mejor de cómo andás que el cómo andás, una pregunta que todos sabemos formal y que por eso vamos a contestar en consecuencia. Una forma de que ellas, las más jóvenes que todavía están en la edad de que lo único que las pone contentas es verte caer, puedan saber cuánta es la competencia que todavía tienen para quedarse con todo. O con la mejor parte. Hay una edad en que esa fantasía es una ilusión, otra en la que es un engaño. Tal vez por eso me cuesta tanto ir a esos lugares. Tal vez le cuesta a todas y no me doy cuenta. La de apertura del Bafici fue una fiesta Pro. Creo que fui a todos los Bafici, y fui a todas las fiestas de apertura de los Bafici a los que fui, y ninguna se pareció más que a su jefe de gobierno que ésta. Yo creo que fue porque Macri es lo que dice, no es como Telerman o Ibarra, que hay que andar decodificándolos. Menos como De La Rúa, que parecía marciano. Macri es así de pulcro y de chato, tan fino como insulso. Y esa fue la fiesta apertura Bafici, que casi no tuvo música, y menos baile. Se me ocurre el chiste fácil de que no había lugar para sillas de ruedas, porque todos sabemos que la baila es Michetti y no Macri. Había chicos lindos y chicos nuevos; también lindos. Y había otros que ya se pusieron feos. Y otros no fueron, por eso de que es el festival de Macri. Yo me sentí linda y mirada. No tan deseada. Pero ahí no había deseo. Menos mística, claro, que es algo de los progres, fachos o no según un señor que supo ser director del festival en cuestión, y antes de serlo asistía consuetudinariamente a las fiestas de apertura y de cierre, y ahora aduce que está viejo. Eso lo aduce su mujer, pero él se pliega. Ella busca nuestra complicidad para que entendamos que a las mujeres nos cuesta ser segundas en un evento, que siempre nos costó pero ahora que vamos ganando protagonismo nos cuesta más, y más nos cuesta si al lado tenemos un tipo con séquito propio, que a su manera sabe que escucharlo más que fascinación por aprender, en algún momento puede propinarles algún beneficio algo más prosaico. No aduce lo mismo, lo de la vejez, para sus exabruptos (por ser generosas y no acusar achaques seniles). Pero ahora que escribo con estas palabras yo también me siento vieja. Y más vieja me siento cuando recuerdo que alguna vez seguí al señor Q. Por suerte no lo hice como perrita faldera. Ahora tiene un montón. También perritos. Debe ser otro signo de la edad: de joven buscás pares, de viejo, fieles. De mí hay poco que decir. Tal vez sólo baste con que dormí sola, aunque me alcanzaron a casa. La novedad es que no quiso bajar. La edad se me empieza a notar: no hay cosmético para su símbolo más evidente, la desesperación.

domingo, febrero 17, 2008

Poquito sobre mi madre II

La muerte es un exceso de verdad. Y poco hay más contundente y conmocionante que eso. La primera verdad es su certeza: nada puede volver atrás; todo intento de resucitar cosas pasadas es inútil. Antes también lo era, por supuesto, pero por algún mecanismo extraño siempre seguimos poniendo empeño en que vuelva, al menos en una sensación, en un sentimiento. La muerte es el fin de eso, el último umbral, la frontera que se cruza en un solo sentido. Así es que quienes matan a otro ingresan en un estadio que a la mayoría de los mortales se nos escapa, una especie de impunidad absoluta con la que es difícil no tentarse.
Además de la primera y obvia verdad de que ella ya no va estar, y que no va a estar cuando ellos crezcan y me empiece a quedar sola, sola de motivo, es que más o menos podés darte una idea de tus días por venir, de cómo será tu trayecto hacia la línea de la frontera final. Ante eso, algo que no sos vos te conserva, te retiene aquí, más allá de los hijos incluso. Es un mecanismo más complejo, que tal vez no sólo tenga que ver con lo biológico. Y la desazón tampoco tiene que ver con saber lo que vendrá, ni que en lo que vendrá no hay nada de eso que alguna vez te entusiasmó. Es sólo la conciencia de la decadencia, el exceso de su verdad.

lunes, febrero 11, 2008

Poquito sobre mi madre I

Nunca supe todo lo que tenía de ella hasta estos días en que ya no está. Todo lo que un hombre me pudo haber llegado a querer, por ejemplo, viéndolo a papá tan devastado. Incluso en su comodidad que ofrece el significado de que su vida se tornará muy pero muy complicada, prácticamente insalvable al ver por los primeros días, en su cara está como en ningún lugar la dimensión de su ausencia. Y eso que le dijo todo lo que tenía que decirle, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo inteligente y lo estúpido, lo gracioso y lo triste, y así podría seguir hasta completar el listado de cosas que pueden decirse dos que se quieren, que como ya sabemos se dicen cualquier cosa. No se quedó con nada, no puede culparse; es más, la incitó a que se cuide, la acompañó al médico como debía hacer, la mimó como la podía mimar, siempre en la medida de sus posibilidades, que por supuesto nunca fueron las de ella, siempre dispuesta a pedir más, incluso cuando le dieran mucho, ese karma contra el que desde hace años lucho y no me lo puedo sacar de encima. Poco para el reproche tiene papá, así que lo más probable es que poco para seguir viviendo tenga.
En él, por omisión, está el significado del amor. Incluso del que a mí me tuvieron. Especialmente el señor, que no me pudo perdonar; no pudo perdonar mi insolencia de ponerle un límite, como no le habría perdonado mi viejo a mi mamá. Y supongo que la habría castigado con la misma crueldad que lo hizo el señor conmigo, aunque hoy su cara sea la expresión misma del amor.

miércoles, febrero 06, 2008

Poquito sobre mi madre

Supongo que cuando muere tu mamá no te queda otra que ser grande. Tenés que empezar a atender antes que se antendida. Por más que haya nietos. Las atenciones de los padres que quedan serán para ellos, no para nosotras, a quienes la muerte nos ha igualado a ellos. En esos días en los que no te queda más que reflexionar porque no tenés ganas de hacer nada, descubrís la dimensión del dicho: la muerte nos iguala a todos. Además de hacernos insignificantes, a las que nos quedamos nos pone a la par del resto del mundo, que todas sabemos que es adulto, no infante, no adolescente, y que hoy, por buscarlo desesperadamente, tiene los quilombos que tiene.
Te hace adulta también en el sentido de la saledad: pocas veces te das mejor cuenta de que así de sola te vas a ir de este mundo, y que lo que viene no es más que una preparación para acercarte al momento de irte sin joder la vida a tu descendencia, que tiene que ocuparse en hacer la suya para que la vida siga. Deberás guardar tu dolor para que ellos puedan crecer en un clima lo más sano posible, y con ese dolor guardado, se te hará el cayo por el que ya no podrá pasar nada, una dureza que te permitirá enfrentar en mejores condiciones la etapa más dura de la vida, la que toda es en cuesta abajo, con o sin rodada, sin que nada pueda impedirla, aunque la ilusión venga de vez en cuando a susurrarte al oído que aún es posible eso que soñaste de chiquita, aunque incluso el alma ya no te dé.
La muerte en defintiva enseña, como diría Ciorán, sobre el inconveniente de haber nacido.

miércoles, enero 23, 2008

Cuando sea grande

Cuando sea grande prometo no dejarme llevar por un él, como me dejé llevar hasta ahora. Y prometo que no buscaré más a alguien distinto a papá: sería inútil hacerlo, de una u otra manera, me encontraré con alguien como él, siempre tan difícil de asir, no por escurridizo, sino por impenetrable. Dije alguna vez que envidiaba a Lola por su padre, que le había dicho a su madre, al nacer ella, que ahora había una mujer más importante en su vida.
Durante años me la pasé buscando entrar en mi padre. Pero son los varones los que penetran, no las nenas. Así que no pude. Llegué a la conclusión, ilusoria, como todas las biografías que escribimos de nuestros padres, que algo en la vida le había pasado como para cerrarse de esa manera. Nunca hubo tal cosa, pero siempre es lindo que papi sea bueno y se parezca bastante a lo que nosotras imaginamos de él pero la bruja esa de mamá no lo deja demostrarlo.
Los hombres que me tocaron en buena medida se los debo. Así, como él se dejaba tocar por mi mamá, más o menos pude tocarlos a ellos. Y así, como ella lloró desolada pero sin lágrimas su podrido matrimonio, o el fin de la ilusión sobra la que se había construido, que es lo mismo, así yo lloré mis equivocaciones mayúsculas. La diferencia fue más bien formal: lo mío fue un mar de lágrimas, porque me prometí que cuando fuera grande lloraría, no le llevaría el apunte a lo que decía él, que eso me humillaba ante un varón. Me costó mucho darme cuenta de que sólo lo decía para protegerse a sí mismo de un potencial llanto de mamá: no lo habría soportado.
Nunca le interesaron mayormente mis varones. Y ellos se desvivieron por conocerlo, hacerse compadres, entablar un diálogo, algo que los hiciera sentir que valían.
Así que ahora, si cuando sea grande me toca uno igual a papá, no me preocupará. Disfrutaré de su compañía conciente de que nunca lo podré penetrar.

martes, enero 15, 2008

No estoy sola

Me acompaña el gran Moriarty, a esta altura un incondicional. Y un dolor de muelas espectacular, como siempre son los dolores de muelas. Menos, me acompaña la soledad de conocidas y amigas, a las que todavía no me animo a contarles de Lucy, aunque a veces creo que les hará muy bien. Orgullo idiota que le dicen (casi lo mismo, aunque no creo que lo sea, alguna vez el orgullo me sirvió para algo), la cosa es que frente a ellas me presento más entera que la que a las noches se duerme sola, pensar en el horizonte de soledad que la espera, temerosa de engancharse con el primer Moriarty (aunque no seas de esos) que encuentre revoloteándola alrededor, horrorizada por la indefectible caída de carnes, y aún más por recurrir al lugar común de la cirugía para sostener una ilusión insostenible, que es mucho peor que el paso del tiempo: la imposibilidad de mantenerse más o menos fresca para que alguien disponga de su mi cuerpo noche y día todos los días, o al menos un día antes que la desesperación por su falta de atractivo vuelva a sumirme en ésta, mi más absoluta decepción. Nunca las cosas son igual a las imaginadas. Pero yo nunca había llegado a imaginar esta instancia, si bien mi soledad fue más bien una constante que una excepción, el señor había conseguido sacarme esa idea de la cabeza, hacérmela olvidar por un buen rato, volver a creer que aquello que deseamos es posible. Incluso antes de él lo creía. Pero sin juventud eso es difícil, más que quimera, una vil ilusión para mantenerme en pié, irradiando la ilusión de que todavía es posible. Será psoible otra cosas, una compañía, como dijo el señor alguna vez, pero lo otro, lo que te hace ilusionar con lo lindo que es vivir y gozar de lo loca, eso ya fue. Y esa, me parece, es la sensación que tiñe el ánimo de todas mis amigas. Ahora el mío. Ya no estoy sola. 

martes, enero 08, 2008

Breeders

Me enteré que van a sacar nuevo disco en abril, y me las puse a escuchar. Son maravillosas, y más ahora que entiendo un poquito más las letras porque me puse a estudiar inglés de nuevo. Con el calor insoportable que hace en Buenos Aires hubiera venido bien quedarse en la costa, pero no sólo está todo insoportablemente caro para una madre argentina que lucha por mantener a sus hijos (y mantenerse en forma para que los chongos, como se populuarizó ahora, le den bola, y algún día, alguno de ellos, como mínimo, que no sea despreciable, esté dispuesto a despertarse junto a ella en su cama), sino también porque su idea, la idea de la costa argentina en verano, está insoportable. 
Por qué? En principio quisiera creer, como me dijo hace un tiempo Moriarty (que no sé por qué no aparece más, seguramente otro hombre, o simplemente ser interesado que cansé), la lucidez me puede. Pero después me doy cuenta de que no soy tan genia como creo casi siempre, y que mi aislamiento es producto de mi propia insanía antes que de alguna confubulación cósmica, cuando no de una falta de adaptación a los tiempos. Seguro que no soy insana, pero no tomo ninguna pastillita para dormir, ni para despertarme, ni para ir a trabajar, así que a veces creo que lo soy, especialmente cuando charlo con mis amigas casadas, un Farmacity caminando, como dice mi amigo gay (todas tenemos un par de amigos gays), que aunque no lo sean lo parecen, porque si no tienen el Rivotril a mano parecen que desfallecen apenas pisan la puerta de calle.
El asunto que la costa está insoportable. Lo argentino está insoportable. Al menos yo no lo soporto. Menos ahora que me escribió un chongo brasileño, quizás pueda tener la opción de cambiar la argentinidad al palo por otra nacionalidad. Al menos por un ratito, para extrañar un poco ésta y que no me afecte tanto. Mientras, sigo escuchando a las Breeders.