lunes, febrero 11, 2008

Poquito sobre mi madre I

Nunca supe todo lo que tenía de ella hasta estos días en que ya no está. Todo lo que un hombre me pudo haber llegado a querer, por ejemplo, viéndolo a papá tan devastado. Incluso en su comodidad que ofrece el significado de que su vida se tornará muy pero muy complicada, prácticamente insalvable al ver por los primeros días, en su cara está como en ningún lugar la dimensión de su ausencia. Y eso que le dijo todo lo que tenía que decirle, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo inteligente y lo estúpido, lo gracioso y lo triste, y así podría seguir hasta completar el listado de cosas que pueden decirse dos que se quieren, que como ya sabemos se dicen cualquier cosa. No se quedó con nada, no puede culparse; es más, la incitó a que se cuide, la acompañó al médico como debía hacer, la mimó como la podía mimar, siempre en la medida de sus posibilidades, que por supuesto nunca fueron las de ella, siempre dispuesta a pedir más, incluso cuando le dieran mucho, ese karma contra el que desde hace años lucho y no me lo puedo sacar de encima. Poco para el reproche tiene papá, así que lo más probable es que poco para seguir viviendo tenga.
En él, por omisión, está el significado del amor. Incluso del que a mí me tuvieron. Especialmente el señor, que no me pudo perdonar; no pudo perdonar mi insolencia de ponerle un límite, como no le habría perdonado mi viejo a mi mamá. Y supongo que la habría castigado con la misma crueldad que lo hizo el señor conmigo, aunque hoy su cara sea la expresión misma del amor.

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