domingo, febrero 17, 2008

Poquito sobre mi madre II

La muerte es un exceso de verdad. Y poco hay más contundente y conmocionante que eso. La primera verdad es su certeza: nada puede volver atrás; todo intento de resucitar cosas pasadas es inútil. Antes también lo era, por supuesto, pero por algún mecanismo extraño siempre seguimos poniendo empeño en que vuelva, al menos en una sensación, en un sentimiento. La muerte es el fin de eso, el último umbral, la frontera que se cruza en un solo sentido. Así es que quienes matan a otro ingresan en un estadio que a la mayoría de los mortales se nos escapa, una especie de impunidad absoluta con la que es difícil no tentarse.
Además de la primera y obvia verdad de que ella ya no va estar, y que no va a estar cuando ellos crezcan y me empiece a quedar sola, sola de motivo, es que más o menos podés darte una idea de tus días por venir, de cómo será tu trayecto hacia la línea de la frontera final. Ante eso, algo que no sos vos te conserva, te retiene aquí, más allá de los hijos incluso. Es un mecanismo más complejo, que tal vez no sólo tenga que ver con lo biológico. Y la desazón tampoco tiene que ver con saber lo que vendrá, ni que en lo que vendrá no hay nada de eso que alguna vez te entusiasmó. Es sólo la conciencia de la decadencia, el exceso de su verdad.

lunes, febrero 11, 2008

Poquito sobre mi madre I

Nunca supe todo lo que tenía de ella hasta estos días en que ya no está. Todo lo que un hombre me pudo haber llegado a querer, por ejemplo, viéndolo a papá tan devastado. Incluso en su comodidad que ofrece el significado de que su vida se tornará muy pero muy complicada, prácticamente insalvable al ver por los primeros días, en su cara está como en ningún lugar la dimensión de su ausencia. Y eso que le dijo todo lo que tenía que decirle, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo inteligente y lo estúpido, lo gracioso y lo triste, y así podría seguir hasta completar el listado de cosas que pueden decirse dos que se quieren, que como ya sabemos se dicen cualquier cosa. No se quedó con nada, no puede culparse; es más, la incitó a que se cuide, la acompañó al médico como debía hacer, la mimó como la podía mimar, siempre en la medida de sus posibilidades, que por supuesto nunca fueron las de ella, siempre dispuesta a pedir más, incluso cuando le dieran mucho, ese karma contra el que desde hace años lucho y no me lo puedo sacar de encima. Poco para el reproche tiene papá, así que lo más probable es que poco para seguir viviendo tenga.
En él, por omisión, está el significado del amor. Incluso del que a mí me tuvieron. Especialmente el señor, que no me pudo perdonar; no pudo perdonar mi insolencia de ponerle un límite, como no le habría perdonado mi viejo a mi mamá. Y supongo que la habría castigado con la misma crueldad que lo hizo el señor conmigo, aunque hoy su cara sea la expresión misma del amor.

miércoles, febrero 06, 2008

Poquito sobre mi madre

Supongo que cuando muere tu mamá no te queda otra que ser grande. Tenés que empezar a atender antes que se antendida. Por más que haya nietos. Las atenciones de los padres que quedan serán para ellos, no para nosotras, a quienes la muerte nos ha igualado a ellos. En esos días en los que no te queda más que reflexionar porque no tenés ganas de hacer nada, descubrís la dimensión del dicho: la muerte nos iguala a todos. Además de hacernos insignificantes, a las que nos quedamos nos pone a la par del resto del mundo, que todas sabemos que es adulto, no infante, no adolescente, y que hoy, por buscarlo desesperadamente, tiene los quilombos que tiene.
Te hace adulta también en el sentido de la saledad: pocas veces te das mejor cuenta de que así de sola te vas a ir de este mundo, y que lo que viene no es más que una preparación para acercarte al momento de irte sin joder la vida a tu descendencia, que tiene que ocuparse en hacer la suya para que la vida siga. Deberás guardar tu dolor para que ellos puedan crecer en un clima lo más sano posible, y con ese dolor guardado, se te hará el cayo por el que ya no podrá pasar nada, una dureza que te permitirá enfrentar en mejores condiciones la etapa más dura de la vida, la que toda es en cuesta abajo, con o sin rodada, sin que nada pueda impedirla, aunque la ilusión venga de vez en cuando a susurrarte al oído que aún es posible eso que soñaste de chiquita, aunque incluso el alma ya no te dé.
La muerte en defintiva enseña, como diría Ciorán, sobre el inconveniente de haber nacido.