jueves, agosto 31, 2006

justlola

No se puede vivir sin Lola. Yo no puedo vivir sin Lola, y un montón más tampoco. Lola se nos va así, siendo de muchos, pero sucede con las hijas pródigas, se nos terminan yendo para un día regresar, y ese día será todo alegría, la certeza absoluta de que la felicidad es cierta y que sólo hay que esperar y acompañarse por recuerdos (sus recuerdos) y música y películas y compañías y el blog de Lola, que nunca debería morir hasta que chicas como yo podamos vivir sin él, como los bebés cuando largan el andador o las nenas las rueditas de la bicicleta. Pero Lola me da mucho miedo, porque pienso que nunca podré llegar a escribir un blog como ella, jamás asistiré a un link, un comment, un mail, alguna referencia de algún desconocido/a que me hable de mi blog como se habla de justlola. Desespero el día pensando algo que decir, decirlo a la manera de ella, tan personal, sería mejor. Y cada vez que me pongo a postear, las palabras se me frenan, la prosa se vuelve estúpida, la sintaxis híbrida. La hija pródiga que estamos esperando que vuelva y que nunca quisimos que se hubiera ido pero se fue y suerte que se fue porque sino no sería hija pródiga, habita en nuestras cabezas, se mira al espejo con nosotras y nos hace pensar, me hace pensar, para precisar, que sólo basta verse así de linda para hacer justlola. ¿Pero cómo hacer para verse así de linda?

jueves, agosto 17, 2006

Una máquina

Me fui a emborrachar. No quedaba otra. En realidad sí, pero después de la noche de llanto llamé a Sofi y se lo conté. Se lo conté entre tragos directamente, en Bizarro. Por suerte no había mucha gente, y menos tipos. Aunque un boludo se nos puso a mirar. A mí me miraba. Pero como sin mirarlo no entendió, lo empecé a mirar para que se acercara de una vez por todas y le dijera que no, que quería charlar con mi amiga y nada más. Por suerte Sofi tiene auto, y la vuelta no era un problema. Se la bancó lo más bien, y encima pagó todos los tragos, una máquina, como decía el señor cuando yo lo conocí y su estilo de me como el mundo que no podía sacarse el barrio de encima me enloquecía, me mojaba toda, literalmente. No miento. Cómo me mojaba. Cómo me mojó hasta el final, cuando en medio de las peleas nos acercábamos para parar el daño y lo sentía toda, imaginaba cómo me entraba y esa presunción de orgasmo me hacía gozar como loca, como no había gozado durante años, donde todo era subir y bajar, subir y bajar, pero no permanecer como esas veces, sin bajar nunca, sólo cuando me la sacaba y la falta de calor me relajaba a mí también.
Sofi escuchó todo, preguntó poco. Creo que no hacía falta. Me llevó hasta la cama y me ayudó a desenudarme, hizo casi todo. Se ofreció a quedarse a dormir pero le dije que no. Para qué. Quiero estar así, destrozada, sufriendo por verlo lejos, sin posibilidad de reconexión alguna, poniendo un límite infranqueable a toda posibilidad de reencuentro, y sufriendo todavía más por la manera en que estableció este nuevo estado de cosas. Sé que hoy no te morís si te agarrás el bicho, como decía aquella amiga que dejé de ver por él, una guasa, sí, mas bien una bruta que hubiera ido mejor arriba de un camión que como manicura, pero que tenía esa cosa de no poder medirse que no daba posibilidad de que lo que había dicho significaba lo que había dicho y nada más. Hasta su nombre confundía: Dani, si una no la veía no sabía que era una mina; hablando por teléfono, si se había presentado como Dani, te la podías confundir.
Pensé que ponerme en pedo me liberaría de algo, aunque sea cambiaría el lugar del dolor. Pero no salió del pecho. Una tonelada. A veces siento que me voy a caer de espaldas.

miércoles, agosto 16, 2006

Terapias alternativas

Me fui y le dije que no volvía más. Así que no escribí para que no me leyera. Él me dijo que lo abriera, no iba a estar dándole información así porque sí. Me llamó y volví. Me pareció una preocupación legítima, después de todo vive de otra cosa. Cuatro sesiones estuve sin ir. Dos semanas. Menos mal que volví. El señor vino y me dijo: tengo que darte una noticia. Zas, dije, se casa de nuevo; peor, va a tener otro hijo. No. Se contagió HIV. Tuve ganas de abrazarlo pero no lo hice. Estaban los chicos, iban a pensar que mamá y papá querían volver a estar juntos. Sabía que tenía una mina. Bah, lo sentía en el cuerpo, como se sienten esas cosas que hacen muy mal pero que de tan mal que hacen una no puede registrar con precisión, lo atribuye a razones vagas, lejanas, recientes, etéreas, rencores, narcisismos heridos, gatos negros que se cruzaron, haber pasado por debajo de una escalera, la regla que no viene, un dolor menstrual inesperado, él que te dejó y se fue. Pero pasó tanto que no podía ser. Aunque era. Una mierda. Una reverenda mierda que me dejó mal parada, qué digo mal parada, me dejó en el piso, llorando toda la noche, sin los chicos, que se los dejé para que le sirvieran de contención. Pensé que un accidente lo tiene cualquiera, que qué iba a hacer, no me podía esperar todo el tiempo, que
ya me lo había dicho que no me esperaría todo el tiempo, que no lo fastidiara, lo dejara tranquilo, tratara de hacer mi vida, me diviritiera. Con qué querés que me divierta, con la plata que no tengo, con la que no me pasás porque no me tenés que pasar pero a mí igual me aplasta porque quedaste en buena posición económica y yo tengo que andar cuidando el peso caminando diez cuadras para tomar un colectivo menos y comer lo indispensable cuando no están los chicos y no tengo compañías y tengo que soportar a mi hermana que me dice que tengo que ir a nadar y a mi vieja que me trae vitaminas y a mis amigas forzándome a salir porque no tengo la más puta gana de salir y que me digan que tengo que hacer esto y lo otro y que tiene un chico, un tipo, un hombre, una joda, una fiesta, un cumpleaños, un viernes Sex and the City y la puta que te parió. Sobre todo eso, la puta que te parió.