domingo, octubre 29, 2006

Que los cumplas feliz

Los chicos no quisieron venir pero me vieron. Me saludaron bien, sobre todo la más chiquita, que se me colgó del cuello y nos abrazamos con todas nuestras fuerzas, ella con las suyas, yo con las mías, que me parecieron más que las de los últimos tiempos. Me dio muchos besos. El más grande por lo menos reconoció que volví antes de que cumpliera años. Él miró, y se portó como un caballero. El encuentro fue en una plaza, a sugerencia del señor; le pareció lo mejor, y yo estuve de acuerdo. Primero porque no se me ocurrió otra cosa, después porque me pareció el más apropiado: todos anónimos, o por lo menos perdidos entre la multitud, no somos nada, como algunos apendimos a decir con La Blusera. Ahí en la plaza ella corrió en la dirección que le marcaba el padá con el dedo índice, como si fuera una publicidad; él caminó mas lento, sin perder rastros del padre, que lo acompañaba al costado y caminaba tranquilo. Cuando estaban cerca lo empujó suavemente por la espalda con la izquierda y él lo miró: el señor le dio una sonrisa de confianza y él dijo: hola ma. Casi me desmayo, estuve a punto pero por suerte lo evité; lo evité pensando que sería el fin, que no me querría más, que ni siquiera de viejo me perdonaría. Lo abracé fuerte, él pareció que lo hizo de compromiso, pero lo hizo como pudo, y pudo mucho.
Después de unos minutos él se ofreció dejarnos solos unos minutos pero yo le dije que no, no había problema, que se quedara. Su corrección muchas veces me enfermó, pero esta vez parecía sincero, preocupado por el bien general antes que por quedar bien. A ella le llevé un Kinder, a él un poster de un músico que ama. La hamaqué a ella mientras le pregunté cosas de su escuela y su ingreso a él. Todo monosílabo, alguna vez, por alguna repregunta siempre temerosa de romper su infinita paciencia, algo más. Estaban bien.
Habíamos quedado con el señor que el después lo estableceríamos en ese mismo momento, si bien teníamos plan de base: que los chicos se quedaran solos conmigo toda la tarde, que después volvieran a su casa siempre y cuando ninguno de los dos quisiera venirse conmigo y que al otro día a la mañana los llevaría a la escuela, estuvieran o no conmigo. Pero yo le dije que se quedara. Necesitaba verlo. No sé por qué, quizá para saber que nunca me dejaría tirada en la calle; en este mes fue una de las cosas que sentí que me faltaba. Pero me faltaban también muchas otras cosas y la única que quise concretar fue esa. Fue muy linda, pero muy bien no hizo. Los chicos, especialmente el más grande, se empezó a mostrar cada vez más remiso; la chiquita cada vez más demandante. De alguna manera se sentían mejor con los dos padres lejos, cada uno por su lado.
En un momento él dijo que se iba, que tenía que estudiar; sabía que no era así, pero no le podía decir otra cosa que sí, está bien, andá. Al otro día lo acompañaría al colegio pero hasta más de una cuadra, nada de acercarme a la puerta, él no soportaría todas esas miradas sobre la madre que se borró un mes. En ese momento y en esa edad nada importa que su madre lo hizo para poder darle algo mucho mejor a lo que le estaba dando, que de alguna manera tuvo la anuencia de su padre, que eso era mucho más eficaz que toda la puta voluntad con la que se desesperan el resto de las minas y jamás se perdonan no poder y se la viven pasando pidiendo perdón por no poder y quejándese a sus machos de que no hacen lo suficiente para que ellas puedan y se quedan solas, aburridas, quejadas, acompañadas por una desesperación como ellas, ese marido panzón, mofletudo, fuera de forma física y mental, sobre todo mental, que atrasa y, lo peor, tira para atrás. Esa que no quise ser más y que un acto tan desesperado como la vida que llevaba y que incluso era amor, lo dejé, mal, porque lo dejé pensando en que así resucitaba el amor; esa misma me esperaría en la puerta de la escuela para decirme por qué había dejado de ser así, que cómo me había atrevido, que qué me pensaba, andar dejando a los chicos por un mes, si los chicos no necesitan felicidad, sólo a la madre. Feliz cumpleaños.

jueves, octubre 26, 2006

Volver, y volver a empezar

Tengo miedo de que suceda de la peor manera: engancharme con cualquiera, desesperada por algo de mimos, un poco de calor, cierta ternura. Probablemente por eso haya llamado a mi mamá, quien se me trata como una nenita y no me perdona que me haya ido un mes. Y eso que es ella la que me tiene que pedir perdón por varias cosas. Tal vez por eso en determinados momentos extraño mucho al señor y añoro todo lo que pudo haber sido y no fue: el sexo al despertarse, el sexo en algún momento inapropiado del día, la caricia, el gesto, el mimo, la contención, el abrazo, la caricia, el beso en la boca porque sí. Seguramente por eso me refugio tanto en mis hijos, dejo que se me acerque el más feo y serio de un grupo de varones en las que algunos quieren sexo por esa cosa de pendejo que quiere hacerse el piola y probar algo grande, el que lo quiere a secas, el que lo llena de un erotismo previo y el no sé qué ocho cuartos, pero que no se me acercan seguramente limitados por mí. O lo hacen hasta ahí, esperando alguna señal porque todo el mundo se anda cuidando tanto de cualquier cosa que ni siquiera es capaz de sonreirte dándote la confianza necesaria como para que te atrevas un poquito más. Como nadie juega solo, yo juego hasta ahí y sólo avanzo con la garantía del no. Me ahorraría plata, estoy convencida. Pero no desesperación. Se me nota mucho, como aquel gay que me cambió un beso por un cigarrillo y dijo tirándose levemente para atrás: ¿cuánto hace que no te besan? Así, que no me besan. Me sigue costando ver alguna película sin acordarme de él. Pero bueno, llegará alguien, finalmente llegará; y como en la posibilidad de una isla se irá raudamente, por más que un amigo diga que no podés desarmar las bombitas y sacar las guirnaldas hasta el último suspiro.

martes, octubre 24, 2006

Uno por día

Es increíble que un good morning lucy te pueda poner tan bien, pero así parecen suceder las cosas. Sigo fantaseando con uno por día, pero no hay hombre a la vista ni compañía agradable. Se hace difícil escribir cuando todo parece tanto y cualquier cosa poco. Pero algo me salió, como el adiós a Tp, que a mí me hace sentir un poco más sola, pero también me obliga a arreglármelas más por mi cuenta, que sospecho que ni remota relación tiene con crecer, aunque nuestras madres se encargaron de confundirnos más de la cuenta. Que sea casi uno por día, con o sin hombre, con o sin las cosas que me acompañaron hasta hace poco.
Hoy vi al psicólogo y mañana le anunciaré mi vuelta al señor para poder encontrarme con los chicos.

domingo, octubre 22, 2006

Adiós TP

Murió TP. Hay clima de velorio en el sitio. Ojalá alguien les proponga lo que el marido de mi amiga a mí: borrarse por un rato, alejarse de las rispideces que todo lo vuelven feo y desagradable, esa molestia inasible que hace que una siquiera quiera jugar con su hija aunque más no sea por el hecho de revivir aquella que fue cuando el mundo la esperaba. Aquella que, en el Mariano Acosta o en otra benemérita institución de rango menor o mayor esperaba el momento sublime del terremoto inexplicable que la hacía sentir que ese era el instante para tocar el cielo con las manos más nunca tomarlo por asalto porque el cielo debía quedar intacto para los que venían detrás: ellos eran la evidencia de que la verdad nos pertenecía, de que el mundo podía haber sido como los adultos decían que había sido pero que con nosotros no volvería a ser igual.
Amábamos esa convicción de que 20 años después no seríamos como ellos, y deseábamos con todas nuestras fuerzas que permanecieran con vida para presenciar la refutación práctica e histórica de incendiario a los 20, bombero a los 40 (y muchas otras que nos espetaban con odio). Luego, como a Schmidt, nos pasaron esas cosas. A diferencia de otros que tuvimos amigos/conocidos sólo para sobrevivir, Esteban tuvo a Ernesto, Huili y Puri, que nos convocaron a todos nuevamente a gozar de la oscilación del suelo. TP propuso llevar y ser llevados nuevamente en andas, Quintín a Romina, Abraham a Mortati, Raffo a Schmidt, Schmidt a Raffo, Gargarella a Ivana, Ivana a Iglesias, Iglesias a Brener…
Lo que en aquel entonces no entendíamos era cómo eso que era una fiesta, era una cosa de locos, estaba permitida, estaba bien, y lo mejor de todo es que a veces terminaba mal (y más de una vez entusiasmaba tanto a los maestros que los hacía saludarnos con el pulgar en alto), por qué molestaba tanto. En esos años nunca vimos que el suelo que oscilaba era siempre el suelo de los otros. Y eso molestaba terriblemente.
Pero hay algo que teníamos muy claro en aquellas situaciones/sensaciones pre orgásmicas (eyaculatorias en el caso de Schmidt) aunque nunca hubiéramos estados en condiciones de declarar: lo que nos incitaba año a año a no retroceder y volver a hacerlo por más consecuencias disciplinarias que nos trajera, era que la vejez es el fracaso.

Muchas gracia por todo y buena suerte.

sábado, octubre 21, 2006

Un mes

Pocos pero efectivos: entraron, espiaron, escucharon, preguntaron, dejaron sus preocupados post. Tomé el consejo del marido de una amiga, ella mucho más preocupada que él, que se le tomó con la ternura de quien entiende pero le causa algo de fastidio tanto reclamo. Me dijo: lo mejor es que te borres por un rato, o sea, mejor que no saber dónde ponerte y que así termines poniéndote en un lugar del que no podés volver, podés conseguir el mismo efecto pero con la posibilidad de arrepentirte y poder hacerlo efectivo.
No te entiendo.
Si te matás no te podés arrepentir.
Sí, sí, claro pero yo no me quiero matar… Y me quedé; entendí recién ahí lo que me había querido decir. La mujer lo estaba matando con la mirada, así que balbuceé algo, una boludez que por lo menos frenó la tensión. A
Sí, sí, está buena la diferencia, dije así, bastante atolondrada;me gustó, en serio. Mi amiga lo dejó de censurar, y yo sonreí. Mi amiga se distendió.
¿Por cuanto tiempo?
No sé, dijo él. Levantó los hombros a lo Maradona; me hizo acordar a él, al señor. Tuve la sensación de que en todo este tiempo lo extrañé mucho más de lo que creí haberlo extrañarlo.
Podés hacer algo consensuado, ¡la concha de tu madre cómo me complicaste la vida!
¡Claro!, saltó mi amiga, más asustada que su marido y yo juntos.
Decirle a él la verdad, pero sólo en su parte más relevante: necesitás un tiempo absolutamente sola.
No sé a mí, pero a mi amiga los ojos se le iluminaron. Creo que se enamoró más de su marido.
¿Cuánto y en dónde?
En donde tal vez te podemos ayudar, me dijo ella, agarró la mano del hombre por el que se sintió reconquistada, del hombre secas, en definitiva, y lo miró.
¿Cuánto?, levantó los hombros sin la gracia de los tres hombres y miró al suyo.
Un mes, dijo él dándome la seguridad que sintió que me faltaba.
Pasó un mes, y por ahora sólo quiero contar hasta ahí. Tal vez me psicólogo me lea antes de volver a verme, aunque seguro que ya dejó de preocuparse por mí. En el celular sus mensajes aparecen hasta hace una semana. Y en la semana anterior hay solo dos; los primeros quince días llamó todos los días. No sé cómo volver a ver a los chicos, primero tengo que hablar con el psicólogo; necesito más seguridad, o un poco de seguridad. Y eso que estoy segura que el hijo de puta se los explicó bien, el señor hijo de puta le habrá dicho a ella mamá está mal, necesita un descanso, como te dijo te quiere mucho, pero para quererte más necesita esta descanso (me juego que le dijo así todos los días de este mes y la contuvo y la protegió y la mimó y estuvo al lado de ella y seguramente con su nueva ella, mostrándole el camino de las familias paralelas, nuevas, mezcladas, amorfas pero mucho más divertidas y felices que las tradicionales). Nadie sabe que volví, sólo quienes lean esto. Al señor le dije que a fin de mes, pero el no lee. Por lo menos a mí, y si por leer entendemos escuchar. Gracias por los post y las visitas.