martes, diciembre 19, 2006

Martín

Martín se ha ido. Todavía está, pero se fue. Ni siquiera dio para dormir juntos. Viniendo de una mina pensará que estoy loca, o que oculto algo. De hecho me dijo, con los ojitos rojos del sexo excitado, placentero y con futuro, mentirosa. Y me lo repitió con el mismo cariño y emoción promisoria, mentirosa. Encantada por el mentirosa, me fui casi de madrugada a preparar el bolso de mi hijo para el viaje de egresados. Locura. Pero no me podía negar a Martín. Creo que sí me hubiera podido negar al sexo. Mi psicólogo dice que me movió cosas. Sí, me movió toda, me movió y después me esperó, me hizo acabar lindo pero se fue y no me dejó espacio para pensar si es varón joven con poca experiencia o tiene para dar algo parecido a lo que yo suponía que puede dar chico de alrededor de 30 soltero, hermoso, fino, establecido, con casa propia, privilegiado laboralmente y perteneciente al grupo de los elegidos que deciden las cosas en el mundo. Se fue porque no le dije de los chicos, estoy convencida. Y apenada. Y no porque no se lo dije ese día, sino porque en los encuentros posteriores, sobre todo en la cena final, no le dije nada. Tengo indicios por todos lados de tener hijos. Y no sólo en el cuerpo, que cualquier varón algo ducho habría concluido con facilidad. Y si no fue por el cuerpo habrá sido por otra cosa; al menos yo sospecho eso. Y si yo sospecho creo que el otro también puede hacerlo. Y así se lo informo: sospechá de mí, digo todo el tiempo. Creo. Yo también me hubiera ido, pienso ahora que se fue. Me hubiera gustado salir unos meses con Martín, llevarlo a algunos de mis lugares, aunque especialmente que él me llevara donde yo no conozco, ni pertenezco, ni soy pero tengo tantas ganas de estar. El cuerpo lo recuerda. Mis ojos guardan el mentirosa. Hay presente. Que es el único futuro posible.

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