Con mi madre tuve una costumbre, que como todas son adquiridas: un día, no llamarla más mami. El hábito al poco tiempo incluyó no llamarla más mamá. Sólo ma decía cada vez que quería llamarla, cada vez que le hablaba por teléfono, cada vez que le reprochaba algo. Ma me enseñó que en los hombres mejor no confiar, entonces yo porfié en cada relación. Quería a mi padre, y lo sigo haciendo, aunque no como antes, claro. Es difícil querer a un viejo, es necesario no querer a un viejo. Los viejos se van gastando para que los queramos menos, para ellos querernos menos a nosotros y así irse en paz, darnos una tregua. Quería mucho a mi papá, además, porque siempre que sos chiquita lo querés, y cuando sos más grande querés un hombre como él, y cuando seguís creciendo y conociste a tu padre porque tuviste un novio que era como él, entonces te das cuenta de que él, tu papá, no era tan bueno como parecía, ni tan lindo, ni tan amable, ni tan respetuoso de las mujeres; o sea de tu mamá, es decir de vos.
Con mi madre, después de que la dejé de llamar mami y mamá, tuve otra costumbre, aunque recién ahora que ya no está me doy cuenta de que la tuve, y me di cuenta porque incluso la sigo teniendo sin su presencia. No es que nunca había visto nada, sólo que lo veía mal. Hasta hace unos días, digamos hasta que apareció H, algo a lo entregarse al monoseo más feliz, pensaba que sólo era tolerante con ella (y con todos, pero con ella en especial) cuando I'm was in love. Me parecía lo más común del mundo, a todos les pasa. Pero el otro día, después de que H dejó que lo manoseara a destajo agradeciéndome con besos porque no lo dejaba ni quería que me penetrara, de que con alegría lo hiciera acabar en mi boca, me enojé con mi padre de una manera algo desacostumbrada en los últimos tiempos, mucho más desde la muerte de mi madre. Pelearme con él siempre me hizo sentir protegida: no había forma de confiar en ellos, algo siempre traicionarían.
Ya me había dado cuenta de que H llegaba para algo más que sexo, y eso me convertía en una mujer desafortunada: nada que revivir, nada que valiera la pena volver a intentar, cualquier sentimiento que apareciera además de una pérdida de tiempo sería, sin duda, un dolor innecesario. Días después de la pelea, después del sexo con H que para mi desgracia resultó feliz, como feliz resultó que me invitara a quedarme en su cama, a su lado, a dormir, y pese a mi reticencia clara me abrazara por detrás respetando que no quería cucharita, me di cuenta de que pelearme con papá me servía para alejarme de los hombres, para mostrar mi repelencia. No creo que H haya visto algo en mí que yo no considero; más bien me parece que tiene una necesidad que yo le sacio. De eso se quejaba mi madre acerca de mi padre, como si sólo recibiera hasta que él obtenía lo que quería (y no era sexo precisamente), y después se desdibujaba. Esa era la razón por la que mi madre no confiaba en los hombres, aunque mi padre haya sido el único que tuvo. También la razón por la que me inculcó a mi hacerlo, y así probarlos eternamente, hasta que se cansaban, y se iban. Porque yo no era como mi madre, ni nunca lo sería; apenas una aprendiz que aprende para que la sigan queriendo. Mi madre nunca me habría perdonado que en eso no la imitara, y no me habría amado.
H todavía está, y aparentemente, tranquilo. Yo estoy muerta de miedo. Con muchas ganas de pelearme con mi papá.
miércoles, mayo 07, 2008
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