miércoles, mayo 28, 2008
Vivir en las nubes
Escribir desde la felicidad es difícil. Para mí siempre fue así. De hecho el origen de este blog tiene que ver con mi tristeza, mi bronca, mi amargura, me pena, la lástima que sentía de mí misma. El consejo de un terapeuta que ya no está en mi vida fue el que lo motivó y lo incitó; incluso casi lo impuso como parte de mi recuperación. Recuperación que llegó, a Dios gracias, y creo que por una cosa de orgullo, sin tomar su mano. La del terapeuta, no la de N, que me hace sentir en las nubes, y ay qué miedo me baje. Tanto miedo que al fin sucede, nos diría Ceratti. Pero no lo puedo evitar. No se lo conté a nadie. O casi nadie. Apenas lo dejo entrever. Es como un tesoro, un por las dudas no le digo a nadie a ver si me lo queman, si me lo soplan, si no sé qué. Incluso ahora, después de una noche en la que me dio amor hasta llorar, no me atrevo, como si la única posibilidad de escribir y de decir fuera desde el dolor. Desde la pérdida. Como si la única forma de apreciarlo y de apreciar lo que me da fuera pensar cuánto perdería si se va. Imposible de disfrutarlo cuando está. Como si me sintiera desbordada de felicidad y el miedo a demostrárselo fuera mayor al riesgo de contener la alegría. Y eso no me hace sentir bien. Pero me entusiasma. La posibilidad de volver a expresarse como alguna vez se creyó ser, o de hacerlo de la alguna manera que nunca se lo hizo por más que se parezca a muchas otras, provoca en mí una alegría sin par, la felicidad de que sí, era posible vivir en las nubes.
sábado, mayo 24, 2008
Cansancio
Hasta no hace mucho las madres decían que el amor necesitaba esfuerzo. Sacrificio, también decían otras, menos. Nosotras, los que entendimos que nos podíamos dejar estar si pretendíamos que ellos nos siguieran deseando cuando perdiéramos el encanto de la juventud, entendimos que el esfuerzo, el sacrificio, no era el que ellas nos decían, incluso que no hacía falta. Establecimos reglas claras y precisas de qué deberían hacer para tenernos, y la libertad de la píldora primero y de la cultura después, nos permitieron hacer, como dice esa propaganda de Cortoon Network, lo que queremos. No entendimos, más bien lo hicimos de grandes (y no todas) que el esfuerzo igual había que hacerlo. Otro, no el que mamá nos dijo. Uno nuevo, producto de nuestra propia acción: no evaluamos que ellos igual se irían, o nos cambiarían, y que entonces al esfuerzo de mantener el amor habría que sumarle el de obtenerlo. No calculamos que si todas hacíamos lo que queríamos, entonces para ellos la oferta sería mayor, y las oportunidades de dejarnos más abundantes. Como solía decir alguien que escucha en la radio, nos quedamos solas en Palermo tomando una lágrima (bebida que nos pinta mucho más de lo que pensamos, pero eso otro día). Palermo primero, San Telmo después, después todos los Palermos, más tarde Villa Urquiza y así copamos la Capital Federal. Solas, pretendiendo que no nos interesaba, la muestra más palpable de que nos interesa un montón. Hastía cuánto nos interesa. Ahora que luego de las diabluras que conforman el viaje interno de rigor, esa larga caminata por el desierto, vuelvo a poder encontrarme con alguien, resulta que hay hijos, compromisos previos, trabajo, obligaciones, edad; cuesta mucho andar cual impune adolescente por la calle dándose besos, abrazándose, tocándose y soportar las miradas sin hesitar, haciendo caso omiso a la vergüenza, suponiendo que cualquier vergüenza vale la pena por lo que recibimos a cambio y disfrutar, concientes de que sólo es por un rato, de la oportunidad del amor, que no es más que la oportunidad de ser feliz.
A los 40, nuestras madres hacían el esfuerzo para soportar las consecuencias de lo que habían sabido conseguir. Nosotras debemos esforzarnos para conseguir algo, entregar ingenio y dedicación sin tiempo para pasar con él, sin posibilidad de besarnos apenas tenemos ganas, de cogernos, de decirnos esas cosas al oído que tanto nos calientan. Porque podemos tener el sms, y calentarnos mucho, incluso masturbarnos, pero no lo vamos a poder ver de inmediato, no vamos a tener eso tan hermoso del enamoramiento que es disponer del tiempo a voluntad, incluso de parar el mundo si es necesario por estar un minuto con él.
martes, mayo 20, 2008
Regreso al viejo mundo
N me enseñó algo nuevo. Mejor dicho aprendí. N se apareció como los tipos que te enseñan cosas contra su voluntad. Hasta el otro día no era así. Era un tipo nuevo que me pedía que volviera al mundo. Y yo, tonta (porque las chicas siempre nos decimos así cuando algo no nos sale como empezamos a soñar, pensando que por soñarlo ya tenemos derecho a adquirirlo y que si no lo adquirimos somos tontas por soñarlo), pensé que me hablaba de una vuelta al mundo pero a un mundo que por el simple hecho de que había pasado el tiempo ya no era el mismo del que me había ido.
Aprendí una de las razones de nuestra soledad. Después de un buen rato de llanto infantil por el mundo perdido (el mundo que nosotras habíamos perdido), algunas empezamos a buscar hombre. Hombres algo chapados a la antigua, algo tipo macho, pero que reconocieran su derrota, por decirlo de alguna manera, como nosotras, al buscarlos así de nuevo, reconocíamos. Tengo bronca pero quiero evitar el juicio, así que no les diré idiotas, y tendré en cuanta que a veces las circunstancias hacen reaccionar con delay. No quiero exagerar, pero en la cara de N vi algo. En sus ojos vi más; cuando no me miraba y lo miré. Vi algo que me decía que él también algo había aprendido, descubierto sería mejor decir. Estaba descubriendo que estaba bien dejar un poco la infancia de lado, sobre todo la parte del capricho y el deseo a cumplir a rajatabla, como si fuera el único, como si la felicidad tuviera que ser prefrabricada o no ser. Casi soy capaz de jurar que vi eso en sus ojos, aunque luego él me desmintiera en la cama, haciéndome gozar como hacía rato no lo hacía, ayudándome a olvidar por primera vez al señor y todo su mundo, su iconografía, su necesidad, su estupidez, las fantasías de cada tipo que aún despertaba en mí, todo para no gozar él, o no pudiendo hacerlo pese a mí, que sin necesidad de dedicarme sentía que lo podía hacer sentir, olvidar, revivir, tomarle la mano para entrar de nuevo al mundo, al mundo nuevo que duró menos que una ilusión. Acaso ni eso quede.
viernes, mayo 16, 2008
El mundo de nuevo
El mundo me espera. Una vez más. Como lo hizo hace ya muchos años y por eso del amor, los mandatos, la cultura y el machismo, me presenté para después ausentarme. Ahora sabemos que el mundo siempre espera. Y que nos esperó desde siempre. Pero ellos, nuestros amigables rivales, nuestros necesarios opuestos por necesidad de confrontar con alguien antes que porque se nos diferencien tanto como creemos, nos hicieron creer el mundo no nos esperaba, y nunca lo había hecho. El mundo nos esperaba, en todo caso, cuando uno de ellos aparecía y nos permitía presentarnos en sociedad, mostrar cuánto valíamos, especialmente por el hombre que nos había tocado al lado. Luego no valdríamos más, excepto que diéramos hijos sanos. Pero ese valor nunca sería lo suficientemente valioso como para que ellos ya grandes, maduros, hombres que la sociedad podría usufructuar para ser mejor, reconocieran que parte de lo que eran nos lo debían. La sociedad ni siquiera se planteaba el interrogante. Hecha por ellos y para ellos, no marcaría mérito alguno de nosotras, apenas madres, jamás mujeres.
Nacimos en ese mundo en rémora. Ya no era la rémora de ese mundo, la descomposición de esas estructuras ya era tan grande que parecía estar todo por hacerse. Y lo hicimos. Muchas veces mal. O seguimos sufriendo por hobby, vicio, desidia, impericia, voluntad? O por que somos mujeres? Je. La mayoría de los males sigue haciendo eclosión en nosotras más que en ellos. Tal vez porque algo de eso hicieron, dejándonos un mundo devastado para que lo arreglemos solas, mientras ellos sacaban platea preferencial para vernos caer en el barro, reírse un poco de nosotras y luego esperarnos cual película en una mecedora en el porche con una sonrisita sobradora mientras en el mejor de los casos ensayaban un hola, en otros peores un volviste?, y en los más nefastos un yo te avisé.
Nacimos en ese mundo en rémora. Ya no era la rémora de ese mundo, la descomposición de esas estructuras ya era tan grande que parecía estar todo por hacerse. Y lo hicimos. Muchas veces mal. O seguimos sufriendo por hobby, vicio, desidia, impericia, voluntad? O por que somos mujeres? Je. La mayoría de los males sigue haciendo eclosión en nosotras más que en ellos. Tal vez porque algo de eso hicieron, dejándonos un mundo devastado para que lo arreglemos solas, mientras ellos sacaban platea preferencial para vernos caer en el barro, reírse un poco de nosotras y luego esperarnos cual película en una mecedora en el porche con una sonrisita sobradora mientras en el mejor de los casos ensayaban un hola, en otros peores un volviste?, y en los más nefastos un yo te avisé.
La noche con él, las noches con él (ya fueron dos, una mejor que la otra) exponenciaron la tranquilidad tanto como la preocupación, ya rayana con el miedo; miedo hacia mí, a lo que el dolor depositado, nunca extirpado, apenas acomodado en algún lugar de mi ser, puede hacerme hacer. Esas noches me llaman al mundo. Le avisaron que existo, que en cualquier momento debe preparar una nueva recepción, seguramente distinta a la de tantos años atrás, guardada inmaculada en el recuerdo, de la mano del señor, en un mundo que parecía infinito. Hoy ya conozco sus límites. Algunos, no todos. Y sé que me espera para lo mismo de siempre, para que le diga, como decía Arendt, qué tengo de nuevo para ofrecerle. Y a diferencia de aquella vez con el señor, en que la confianza ciega en él (o la comodidad de confiar ciegamente en él) me hacía sentir segura, ahora la decepción me mantiene a resguardo. Y eso, después de dos noches como las que pasé, me acerca tanto a un gran problema como a la alegría. Ay, qué pena la alegría.
miércoles, mayo 07, 2008
Poquito sobre mi madre III
Con mi madre tuve una costumbre, que como todas son adquiridas: un día, no llamarla más mami. El hábito al poco tiempo incluyó no llamarla más mamá. Sólo ma decía cada vez que quería llamarla, cada vez que le hablaba por teléfono, cada vez que le reprochaba algo. Ma me enseñó que en los hombres mejor no confiar, entonces yo porfié en cada relación. Quería a mi padre, y lo sigo haciendo, aunque no como antes, claro. Es difícil querer a un viejo, es necesario no querer a un viejo. Los viejos se van gastando para que los queramos menos, para ellos querernos menos a nosotros y así irse en paz, darnos una tregua. Quería mucho a mi papá, además, porque siempre que sos chiquita lo querés, y cuando sos más grande querés un hombre como él, y cuando seguís creciendo y conociste a tu padre porque tuviste un novio que era como él, entonces te das cuenta de que él, tu papá, no era tan bueno como parecía, ni tan lindo, ni tan amable, ni tan respetuoso de las mujeres; o sea de tu mamá, es decir de vos.
Con mi madre, después de que la dejé de llamar mami y mamá, tuve otra costumbre, aunque recién ahora que ya no está me doy cuenta de que la tuve, y me di cuenta porque incluso la sigo teniendo sin su presencia. No es que nunca había visto nada, sólo que lo veía mal. Hasta hace unos días, digamos hasta que apareció H, algo a lo entregarse al monoseo más feliz, pensaba que sólo era tolerante con ella (y con todos, pero con ella en especial) cuando I'm was in love. Me parecía lo más común del mundo, a todos les pasa. Pero el otro día, después de que H dejó que lo manoseara a destajo agradeciéndome con besos porque no lo dejaba ni quería que me penetrara, de que con alegría lo hiciera acabar en mi boca, me enojé con mi padre de una manera algo desacostumbrada en los últimos tiempos, mucho más desde la muerte de mi madre. Pelearme con él siempre me hizo sentir protegida: no había forma de confiar en ellos, algo siempre traicionarían.
Ya me había dado cuenta de que H llegaba para algo más que sexo, y eso me convertía en una mujer desafortunada: nada que revivir, nada que valiera la pena volver a intentar, cualquier sentimiento que apareciera además de una pérdida de tiempo sería, sin duda, un dolor innecesario. Días después de la pelea, después del sexo con H que para mi desgracia resultó feliz, como feliz resultó que me invitara a quedarme en su cama, a su lado, a dormir, y pese a mi reticencia clara me abrazara por detrás respetando que no quería cucharita, me di cuenta de que pelearme con papá me servía para alejarme de los hombres, para mostrar mi repelencia. No creo que H haya visto algo en mí que yo no considero; más bien me parece que tiene una necesidad que yo le sacio. De eso se quejaba mi madre acerca de mi padre, como si sólo recibiera hasta que él obtenía lo que quería (y no era sexo precisamente), y después se desdibujaba. Esa era la razón por la que mi madre no confiaba en los hombres, aunque mi padre haya sido el único que tuvo. También la razón por la que me inculcó a mi hacerlo, y así probarlos eternamente, hasta que se cansaban, y se iban. Porque yo no era como mi madre, ni nunca lo sería; apenas una aprendiz que aprende para que la sigan queriendo. Mi madre nunca me habría perdonado que en eso no la imitara, y no me habría amado.
H todavía está, y aparentemente, tranquilo. Yo estoy muerta de miedo. Con muchas ganas de pelearme con mi papá.
Con mi madre, después de que la dejé de llamar mami y mamá, tuve otra costumbre, aunque recién ahora que ya no está me doy cuenta de que la tuve, y me di cuenta porque incluso la sigo teniendo sin su presencia. No es que nunca había visto nada, sólo que lo veía mal. Hasta hace unos días, digamos hasta que apareció H, algo a lo entregarse al monoseo más feliz, pensaba que sólo era tolerante con ella (y con todos, pero con ella en especial) cuando I'm was in love. Me parecía lo más común del mundo, a todos les pasa. Pero el otro día, después de que H dejó que lo manoseara a destajo agradeciéndome con besos porque no lo dejaba ni quería que me penetrara, de que con alegría lo hiciera acabar en mi boca, me enojé con mi padre de una manera algo desacostumbrada en los últimos tiempos, mucho más desde la muerte de mi madre. Pelearme con él siempre me hizo sentir protegida: no había forma de confiar en ellos, algo siempre traicionarían.
Ya me había dado cuenta de que H llegaba para algo más que sexo, y eso me convertía en una mujer desafortunada: nada que revivir, nada que valiera la pena volver a intentar, cualquier sentimiento que apareciera además de una pérdida de tiempo sería, sin duda, un dolor innecesario. Días después de la pelea, después del sexo con H que para mi desgracia resultó feliz, como feliz resultó que me invitara a quedarme en su cama, a su lado, a dormir, y pese a mi reticencia clara me abrazara por detrás respetando que no quería cucharita, me di cuenta de que pelearme con papá me servía para alejarme de los hombres, para mostrar mi repelencia. No creo que H haya visto algo en mí que yo no considero; más bien me parece que tiene una necesidad que yo le sacio. De eso se quejaba mi madre acerca de mi padre, como si sólo recibiera hasta que él obtenía lo que quería (y no era sexo precisamente), y después se desdibujaba. Esa era la razón por la que mi madre no confiaba en los hombres, aunque mi padre haya sido el único que tuvo. También la razón por la que me inculcó a mi hacerlo, y así probarlos eternamente, hasta que se cansaban, y se iban. Porque yo no era como mi madre, ni nunca lo sería; apenas una aprendiz que aprende para que la sigan queriendo. Mi madre nunca me habría perdonado que en eso no la imitara, y no me habría amado.
H todavía está, y aparentemente, tranquilo. Yo estoy muerta de miedo. Con muchas ganas de pelearme con mi papá.
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