jueves, octubre 26, 2006

Volver, y volver a empezar

Tengo miedo de que suceda de la peor manera: engancharme con cualquiera, desesperada por algo de mimos, un poco de calor, cierta ternura. Probablemente por eso haya llamado a mi mamá, quien se me trata como una nenita y no me perdona que me haya ido un mes. Y eso que es ella la que me tiene que pedir perdón por varias cosas. Tal vez por eso en determinados momentos extraño mucho al señor y añoro todo lo que pudo haber sido y no fue: el sexo al despertarse, el sexo en algún momento inapropiado del día, la caricia, el gesto, el mimo, la contención, el abrazo, la caricia, el beso en la boca porque sí. Seguramente por eso me refugio tanto en mis hijos, dejo que se me acerque el más feo y serio de un grupo de varones en las que algunos quieren sexo por esa cosa de pendejo que quiere hacerse el piola y probar algo grande, el que lo quiere a secas, el que lo llena de un erotismo previo y el no sé qué ocho cuartos, pero que no se me acercan seguramente limitados por mí. O lo hacen hasta ahí, esperando alguna señal porque todo el mundo se anda cuidando tanto de cualquier cosa que ni siquiera es capaz de sonreirte dándote la confianza necesaria como para que te atrevas un poquito más. Como nadie juega solo, yo juego hasta ahí y sólo avanzo con la garantía del no. Me ahorraría plata, estoy convencida. Pero no desesperación. Se me nota mucho, como aquel gay que me cambió un beso por un cigarrillo y dijo tirándose levemente para atrás: ¿cuánto hace que no te besan? Así, que no me besan. Me sigue costando ver alguna película sin acordarme de él. Pero bueno, llegará alguien, finalmente llegará; y como en la posibilidad de una isla se irá raudamente, por más que un amigo diga que no podés desarmar las bombitas y sacar las guirnaldas hasta el último suspiro.

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