Murió TP. Hay clima de velorio en el sitio. Ojalá alguien les proponga lo que el marido de mi amiga a mí: borrarse por un rato, alejarse de las rispideces que todo lo vuelven feo y desagradable, esa molestia inasible que hace que una siquiera quiera jugar con su hija aunque más no sea por el hecho de revivir aquella que fue cuando el mundo la esperaba. Aquella que, en el Mariano Acosta o en otra benemérita institución de rango menor o mayor esperaba el momento sublime del terremoto inexplicable que la hacía sentir que ese era el instante para tocar el cielo con las manos más nunca tomarlo por asalto porque el cielo debía quedar intacto para los que venían detrás: ellos eran la evidencia de que la verdad nos pertenecía, de que el mundo podía haber sido como los adultos decían que había sido pero que con nosotros no volvería a ser igual.
Amábamos esa convicción de que 20 años después no seríamos como ellos, y deseábamos con todas nuestras fuerzas que permanecieran con vida para presenciar la refutación práctica e histórica de incendiario a los 20, bombero a los 40 (y muchas otras que nos espetaban con odio). Luego, como a Schmidt, nos pasaron esas cosas. A diferencia de otros que tuvimos amigos/conocidos sólo para sobrevivir, Esteban tuvo a Ernesto, Huili y Puri, que nos convocaron a todos nuevamente a gozar de la oscilación del suelo. TP propuso llevar y ser llevados nuevamente en andas, Quintín a Romina, Abraham a Mortati, Raffo a Schmidt, Schmidt a Raffo, Gargarella a Ivana, Ivana a Iglesias, Iglesias a Brener…
Lo que en aquel entonces no entendíamos era cómo eso que era una fiesta, era una cosa de locos, estaba permitida, estaba bien, y lo mejor de todo es que a veces terminaba mal (y más de una vez entusiasmaba tanto a los maestros que los hacía saludarnos con el pulgar en alto), por qué molestaba tanto. En esos años nunca vimos que el suelo que oscilaba era siempre el suelo de los otros. Y eso molestaba terriblemente.
Pero hay algo que teníamos muy claro en aquellas situaciones/sensaciones pre orgásmicas (eyaculatorias en el caso de Schmidt) aunque nunca hubiéramos estados en condiciones de declarar: lo que nos incitaba año a año a no retroceder y volver a hacerlo por más consecuencias disciplinarias que nos trajera, era que la vejez es el fracaso.
Muchas gracia por todo y buena suerte.
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