El tiempo, con lo único que arrasa, es con una. No sé si arrasa con todo, como sostenés, Moriarty. Acaso el tiempo no te trajo hasta acá, hasta mí? O me hubieras descubierto cuando el señor existía y vos eras vaya una a saber qué? Eso también lo hace el tiempo, la posibilidad de ubicarse en otro lugar y ver otras cosas, la posibilidad de que tu cuerpo cambie y te enseñe nuevos caminos, tu química cerebral se expanda o contraiga cual universo y te permita o impida acceder a nuevos mundos, nuevas mujeres, varones, sexos, personalidades dentro de vos misma, como lo sugiere Lola. Deberías conformarte con esto, Moriarty (lo cual, como varón, seguramente te hará retirarte hacia otro campo de batalla). Es cierto que tu característica insistente te hace varón. Las minas, al menos las varias que conocí, siempre se me hicieron más tácticas y estrategias, midiendo la primera en función de la obtención del objetivo de la segunda. Pero vos temés a lo que temen todos los varones: que los acusen de no haberse animado, de haberse apichonado en vez de ir al frente sacando pecho. Lo que te dije, Moriarty. Conformate con esto, con lo que te doy acá, que es mucho más de lo que te daría personalmente. Vale para todos. Pero más para los que en vez de acompañar quieren mostrar el camino. Tal vez el tiempo te dé la razón. Pero como aprendí de Keynes en mi paso por la facultad de Económicas cuando le preguntaron si su política económica no pondría en riesgo el futuro de la economía: en el futuro estaremos todos muertos.
sábado, septiembre 29, 2007
Nuevo corte
¿Qué verdades? No sé exactamente cuáles, pero a todo se le ve su parte fea, parte que antes no se veía. Por ejemplo: por más que vayas a la peluquería, te hagas el super corte y te super peinen en una peluquería top, no una de tercera, ni siquiera una de segunda, y la diferencia con tu pelo anterior sea notable, pocos se darán cuenta. Especialmente no se dará cuenta la gente sobre la que estabas poniendo tus expectativas últimamente. Sí, él, quien de verdad te preocupa. Después te das cuenta que la pregunta, tonta, esa que dice: te cortaste el pelo?, la hace hasta quien sabía que jamás podría dejar de darse cuenta de esas cosas. No hace falta que sea alguien muy cercano, sino alguien que pone toda su atención en eso, y que de ese tipo de cosas siempre se da cuenta. Ese te enseñará que incluso hasta el más atento hace la pregunta más desatenta, o una que no esperarías. Si no que esperaría un: te cortaste el pelo! Así, con signo de admiración que indique sorpresa y encanto por lo nuevo que vieron sus ojos. Acaso que descubrieron: una belleza que se mantenía oculta, y que el nivel de energía puesto en su ocultamiento no dejaba ver. Sí, cortarse el pelo es una decisión más meditada de lo que comúnmente se considera, pero hacerlo en estado de resaca ofrece la posibilidad de este tipo de reflexiones. Y eso sin contar los que, sino de los tiempos, muestran su desagrado contra cualquier cambio que les haga notar que el mundo de certezas que se construyeron para sobrevivir no es tan certero, y que necesita una revisión; aunque sea de vez en cuando, y que como vos le mostraste el de vez en cuando, descargan contra ti, eso sí, amablemente, la novedosa torpeza que se descubren frente a un mundo sin las certezas de ayer.
Me quedó bien el corte. Me sentí bien. Me sentí linda. Y sabía desde antes de entrar a la peluquería, que nadie me miraría después como yo esperaría que me mirara, con esa expectación. No pasé de un: ¿te cortaste el pelo? A lo que contesté, irritada como estaba, con una ironía estúpida y vulgar del tipo: no, el peluquero. Una se vuelve muy exigente, irritada. Y exige precisión, o la belleza de su propio ideal. Pero eso no sucede, nunca. Y hace crecer la irritación, y las reflexiones sobre el mundo circundante. Que obvio, es más mierda del que uno suponía. Y la más mierda de todas es una, que pese a que se cortó el pelo, no lo pudo cambiar ni un poquito.
lunes, septiembre 17, 2007
En la lluvia
No quedan olores. Tampoco sabores. Su sexo alguna vez tuvo gusto. Pero ya no hay recuerdo, aunque a veces lo evoco. Extraño sólo el calor. El abrazo de noche, el dormir en cucharita. Dormirse, porque dormir era difícil. Supongo que para todos. Pero él al principio me abrazaba como si nunca me fuese a soltar. Y no lo hacía. Esa fue la sensación que dejó por muchos años después de que en una de esas noches del principio, cuando no nos queríamos alejar ni siquiera un segundo, lo descubrí despierto, abrazándome y haciéndome caricias. Todavía me estremece. Me moja. Pero ya no me lleva a masturbarme. Es un diferencia sustancial. Y en ese ardor que es sólo un segundo, la angustia prevalece y se instala, sin dejarme actuar, sin dejarme llevar, atada, estaqueada al lugar en que me encuentro. Sin posibilidad de encuentro. De allí a acá, sin escalas, es todo dolor. Llanto, antes que dolor. Y mucha, mucha angustia. Sólo la voz severa de alguna parte de mí recordándome los otros momentos, los momentos en los que me sentí maltratada, pueden acallar ese dolor. Cuándo lo dejaré de querer. Cuándo? Acaso nunca, y eso sea lo que me atraiga. Que el dolor permanezca es garantía de seguir queriéndolo. No porque el dolor sea amor, sino porque es ese dolor el único parentesco con el sentir que tengo en los últimos tiempos. Hace rato que nadie despierta en mí la fantasía de estar entre sus brazos después de acabar. Pienso en eso cuando no quiero acostarme con nadie. Funciona a la perfección. Nada como su pecho. Nada como los pelos de su pecho. Todo debería acabar pronto. Acabar de terminar. No se puede vivir mucho tiempo así. Pero como escuché en una vieja canción de Los Abuelos de la Nada: perdió el tren, y tampoco aprendió a correr.
Necrofilia
Y lloré. Y en el consuelo hubo besos, manos, penetraciones, su pija en boca, acabándome, y yo sin siquiera fingir. No fingí el orgasmo, no fingí que me gustara, no fingí dureza; era la flacidez en persona. Una muerta. Y él gozaba. Parecía gozar de mi muerte. No, le gustaba la necrofilia. Lo habrá descubierto es noche. Me dejó en la puerta del telo, al que yo le había pedido ir, el que pagué religiosamente, enojándome cuando quiso poner su parte, plenamente conciente de que la plata que me quedaba no me alcanzaba hasta fin de mes, y que me humillaría y me haría daño cada vez que mi nena me pidiera algo y yo, mintiéndole, o mejor dicho, diciéndole la verdad, enarbolara las pruebas de mi ruindad.
Mensualidad
Pagué con la plata de la mensualidad de los chicos y me puse a llorar. No fue desaforado como las últimas veces que recuerdo haber llorado mucho. Pero se me clavó en el medio del pecho y siguió después de las lágrimas. Nunca me había pasado. Independiente como siempre había sido me sentí humillada. A la mañana siguiente me di cuenta de que nunca había sido independiente, pero así me había sentido. Se había roto la ilusión. No tenía necesidad de pagar con esa plata. Ni siquiera de pagar. Él lo hubiera hecho. Moriarty lo hubiera hecho? Lo hubiera hecho por cogerme. Sí, él lo hizo. No Moriarty, el de esa noche en el que no sé por qué decidí terminar con la ilusión. Con una sostenida por varias. La principal, que podía cogerme a cuanto pendejo quisiera, generalmente los pendejos que sabía que me podía coger, no otros. No fueron tantos. Los suficientes para que los hechos dieran matiz de realidad a lo que mi imaginación quería construir. Así, como un círculo que se retroalimenta, terminaron de construir lo que era una insinuación: que podía olvidar al Señor en base a cogidas varias, preferentemente con pendejos, de veintipico casi treinta, ávidos por demostrarse a sí mismos lo mucho que saben, lo mucho que aprendieron, cómo se hicieron en eso de la gimnasia del sexo, cómo saben satisfacer a una mujer, sin sospechar ni espiando que a una mina más grande y en mi situación, hacerla gozar es un juego de niños. Lo hice sin piedad. Y me gustó. Creo que una de las cosas que más me excitó fue no tener piedad.
Pero él dijo las palabras mágicas, las que Moriarty escribió y me llevó a la situación que, como si fuera uno de esos pendejos que me cogí, pensé que podía manejar. Dijo, en una charla que nunca pude establecer cómo se suscitó, que sí, que había bloggers a las que les gustaría conocer. Yo, con el comment de Moriarty en la frente, le pregunté cuál. Y dijo mi nombre. No fue el único. Pero a quién le importa el resto. Me las arreglé para terminar pagando con la plata de la mensualidad de los chicos. Fueron diez minutos infernales, grandiosos, fatales. Conciente de que cada uno de mis movimientos y palabras estaban pensados para salir rajando de ahí, no los pude detener; se me anticipaban, se precipitaban antes de que tuviera tiempo de calmarlos, de engañarlos contando hasta diez, diciendo aquello que sabía que podía evitar el bochorno, el bochorno que estaba propiciando contra mí misma y a medida que se acercaba la línea que sabía perfectamente era el límite, más acaloraba y lo atraía como un imán. Hasta que pagué. Y lloré.
domingo, septiembre 09, 2007
Blogger
Para vos, Moriarty, que estuviste siempre, y de alguna manera en formaste una representación en mí a la que contarle esto que cuento acá. Te imagino mujer. Pero no estoy segura.
Bloggers
No coincido con ninguno de estos datos, y el rubio racista sudafricano acaba de convertir un try, un bombón al que le chuparía todo (literalmente, sobre todo la transpiración), rubio de ojos celestes (y eso que no salgo con rubios de ojos celestes), y al que sé que ya jamás accederé. Qué feo cuando empezás a tomar verdadera conciencia de esas cosas. Siempre las sabés, pero sólo se te hacen carne en algún momento de la vida, cuando ya estás fuera del target principal de esta encuesta. A veces no te das cuenta nunca, pero a esa gente yo ya no la frecuento. Es más, cada vez la encuentro menos. Y eso que salgo poco. Eso sí, cuando salgo, cojo. Basta de eso de a ver qué onda. Yo cojo, y si no hay nada, bueno, que no haya nada. Al anteúltimo (hace diez días, para que se den una idea de mi ritmo de los últimos tiempos), le puse la boca en mi teta, lo apreté bien, y después le agarré la mano y me masturbé. Y todo gracias a esto.