miércoles, febrero 06, 2008

Poquito sobre mi madre

Supongo que cuando muere tu mamá no te queda otra que ser grande. Tenés que empezar a atender antes que se antendida. Por más que haya nietos. Las atenciones de los padres que quedan serán para ellos, no para nosotras, a quienes la muerte nos ha igualado a ellos. En esos días en los que no te queda más que reflexionar porque no tenés ganas de hacer nada, descubrís la dimensión del dicho: la muerte nos iguala a todos. Además de hacernos insignificantes, a las que nos quedamos nos pone a la par del resto del mundo, que todas sabemos que es adulto, no infante, no adolescente, y que hoy, por buscarlo desesperadamente, tiene los quilombos que tiene.
Te hace adulta también en el sentido de la saledad: pocas veces te das mejor cuenta de que así de sola te vas a ir de este mundo, y que lo que viene no es más que una preparación para acercarte al momento de irte sin joder la vida a tu descendencia, que tiene que ocuparse en hacer la suya para que la vida siga. Deberás guardar tu dolor para que ellos puedan crecer en un clima lo más sano posible, y con ese dolor guardado, se te hará el cayo por el que ya no podrá pasar nada, una dureza que te permitirá enfrentar en mejores condiciones la etapa más dura de la vida, la que toda es en cuesta abajo, con o sin rodada, sin que nada pueda impedirla, aunque la ilusión venga de vez en cuando a susurrarte al oído que aún es posible eso que soñaste de chiquita, aunque incluso el alma ya no te dé.
La muerte en defintiva enseña, como diría Ciorán, sobre el inconveniente de haber nacido.

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