Durante años me la pasé buscando entrar en mi padre. Pero son los varones los que penetran, no las nenas. Así que no pude. Llegué a la conclusión, ilusoria, como todas las biografías que escribimos de nuestros padres, que algo en la vida le había pasado como para cerrarse de esa manera. Nunca hubo tal cosa, pero siempre es lindo que papi sea bueno y se parezca bastante a lo que nosotras imaginamos de él pero la bruja esa de mamá no lo deja demostrarlo.
Los hombres que me tocaron en buena medida se los debo. Así, como él se dejaba tocar por mi mamá, más o menos pude tocarlos a ellos. Y así, como ella lloró desolada pero sin lágrimas su podrido matrimonio, o el fin de la ilusión sobra la que se había construido, que es lo mismo, así yo lloré mis equivocaciones mayúsculas. La diferencia fue más bien formal: lo mío fue un mar de lágrimas, porque me prometí que cuando fuera grande lloraría, no le llevaría el apunte a lo que decía él, que eso me humillaba ante un varón. Me costó mucho darme cuenta de que sólo lo decía para protegerse a sí mismo de un potencial llanto de mamá: no lo habría soportado.
Nunca le interesaron mayormente mis varones. Y ellos se desvivieron por conocerlo, hacerse compadres, entablar un diálogo, algo que los hiciera sentir que valían.
Así que ahora, si cuando sea grande me toca uno igual a papá, no me preocupará. Disfrutaré de su compañía conciente de que nunca lo podré penetrar.
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