viernes, julio 27, 2007

Chabones

Al medodía lo había logrado. Un feo me había llamado en un momento totalmente inoportuno diciéndome que me había mandado un mail, que lo había vomitado me dijo, y que no hacía falta respuesta, pero como no le había contestado quería saber qué pensaba yo. Idiota. Yo no pienso nada porque no lo leí. No creo que seas de las que no leés los mails. Estoy de vacaciones tontito, me pedí unos días para pasear con mis chicos, porque la semana que viene se van con el papá. Primer síntoma de equívoco: no preguntó por qué, preguntó por los mails. Y eso ya estaba respondido antes de explicarle que se iban con el papá. Lo leo y te llamo, dije, más tonta que él. Otro día los leo, chabón, habría dicho otra mina menos necesitada que yo de reconocimiento, de que le digan todo lo que vale, aunque lo que valga sea solo esto que soy. Leí y llamé, conciente de que me había tirado los galgos, que incluso que me había tirado más que los galgos pero que a mí no me gustaba ni medio. Tanto halago me hizo dudar. Y dudé. Casi le digo si quería venir ir a tomar algo anoche. Él me había invitado, diciéndome que me quería conocer, que aunque fuera como amigos y todo eso que te dicen muchos chabones porque sólo te quieren coger. Pero en él sonaba distinto. Sé que quiere algo más que sexo conmigo. De hecho lo tuvimos y me siguió buscando, cuando había dejado claro que era sólo esa noche, y el rechazo había sido lo suficientemente duro como para que no volviera. Pero como me lo cruzo de vez en cuando y es varón, habrá dicho, pro qué no? No perdía nada. Al menos ante mí, incapaz de humillar, incluso de ser clara. Y el que no aclara involucra. Vaya yo. Lo peor es que más tarde cometí el error que traté de evitar, aunque con otro chabón (el chabón se me pegó por una amiga que vino de provincias, como dicen en España, y se la pasa diciendo chabón; y boludo, también). Fue ella la que me habló muy bien de un tipo, y su marido también. Me dijo que le tiraba los galgos a su mujer. Y que estaba bueno, me dijeron los dos. Después de los mensajitos de texto de cuestión, y como había ido al cine, a la una me dijo de encontraron. Y en vez de hacerme desear, dije que sí. Boluda de mí. Por suerte no pasó nada, me volví a casa y dormí tranquila. Cagada de frío, volví. Y con el suficiente sueño para dormir de golpe. Sola, pero de golpe. Una vez más sola, pero bien. Mejor así después de las ofertas del día. Hacerse valer, decía mi abuela. Ay si pudiera.

viernes, julio 20, 2007

Periodistas

Los periodistas siempre hablan de cosas de su ambiente. A lo sumo, si se juntan con otro rubro, hablan sobre temas de interjección, aquellos lugares en los que las profesiones se familiarizan, pueden hablar de lo mismo. Ayer hubo tour de presentaciones de libros, y me crucé con algunos de ellos. Y hablaron de sus profesiones. En las redacciones lo que priman son los periodistas. ¿Por eso serán los más pretenciosos? El resto somos minoría. Y no tenemos más que seguirlos.
Ayer vi a muchos de ellos. Con algunos había tenido sexo. Hace mucho, claro, antes del Señor. Me los cogí, sí. En esa época me los cogía. Ninguno de ellos hoy vale la pena. Hablo en un plural que parece que fueran muchos, y lo son: en un grupo de cien personas de entre 30 y 60 años haberte cogido a tres son muchos: dos, hoy con 40 o casi, los que de 30 actuales no figuraban en aquellos tiempos, y hoy tienen un bajo porcentaje de figuración: el matrimonio los atrapó rápido, y ellos hicieron todo lo posible para ser atrapados. Sólo dos valían, y con uno de ellos intercambié teléfonos. En realidad le di el mío, con el de él en mi celular tengo miedo de hacer lío. De los de más arriba ya ninguno calificaba en aquella época.
De mi trío, los dos de cuarenta me histeriquearon un poco. Bastante. Me puso bien que me volvieran a tener ganas. El tercero me puso un poco triste. Con apenas más de 50, no vale absolutamente nada. Por qué no, un poco de asco me dio. De alguna manera él lo sabía, porque me tiró los galgos muy torpemente. Creo que de ahí me dio asco.
Me aburrí, una vez más. No tanto, tampoco. Se hablaron de cosas de periodismo. Y los chismes siempre son entretenidos. Especialmente los de las parejas. El que me dejó el teléfono se cogió a una de esas que los varones usan como figuritas, o trofeos: creen que así tienen más posibilidades con el resto. En general es así. A mí me aleja. Dependiendo de quién sea. La que él dijo, también periodista, para el público masivo mucho más masiva que mi interlocutor, me parece que le resta. Allá él con su gusto, aunque cuestiona su acercamiento. Más que nada mi recepción. Una lástima despertar y distanciarse del alcohol y sus ganas de aventura sexual; o al menos de juego de seducción. Menos mal que no me llevé su teléfono. Espero que no se anime a llamarme.

miércoles, julio 18, 2007

Destape

Me despertó el frío. La sensación, más preciso. Y no exactamente la sensación de frío, sino la de ser destapada. ¿Cuánto hace? ¿Cuándo fue la última vez? ¿Importa? El recuerdo está y ese es el problema. Sin recuerdo no me habría despertado. O lo habría hecho más tarde, cuando realmente tuviera frío. Si no olvido moriré, ¿no? Así lo canta Cerati. Quién pudiera olvidar. El problema es Eterno resplandor de una mente sin recuerdo: hay que borrar todo. Y todo es feo. Y peligroso. Tendría la ventaja de que volver a aprender cosas maravillosas, con lo maravilloso que sería eso, pero también el riesgo de perder cosas que ya no se pueden volver a aprender más. Ella siguió moviéndose y terminó destapándonos a las dos. Me había quedado dormida y no la llevé a su cama. La abracé y me volví a dormir.

miércoles, julio 11, 2007

Piso

Me fui a vivir a un piso alto porque quería estar lejos del piso. Pero estar lejos del piso, alejarse del suelo como decía Luca, no es la solución. El ventanal, las nubes, la luna, alguna estrella, los autos ahí abajo, la gente, todas son referencias de vida, de una vida que, si no me enteraba que no tenía, mucho mejor. Lo descubrí recién, al salir de la casa de una amiga, más que amiga compañera del trabajo, que vive más cerca del suelo y en un dpto interno. Se puede conectar con el mundo por Internet o por la tele, y cuando sale lo hace a la altura del resto de la humanidad. Yo no, siempre estoy arriba. Lejos. Y sola.

domingo, julio 08, 2007

Susto

Esto pasó el 17 de junio. Y veo que recién escribí el 5 de julio. Da la dimensión del susto, que los primeros días ni percibí. Me creí reloca, atrevida, moderna, mucho más que cualquier pendeja de hoy, que lo hace porque está de onda o para hacer aceptada, como hacemos la mayoría de las cosas cuando somos chicas. Pero yo soy grande y lo hice igual porque soy zarpada. Las bolas. No salí por una semana. Y si bien no salgo mucho, al segundo fin de semana que me di cuenta que sólo tenía ganas de querdarme guardada, me parecté de que eso no me había sentado muy bien. Todavía me dura el miedo que me metió mi vieja cuando me encontró tocándome con una amiga y no me habló por tres días. Bah, yo digo que fueron tres días. Para mí fueron más, pero le pedí perdón enseguida, y si no fuera por mi viejo creo que no me hubiera hablado hasta que nació mi primer hijo. Cómo me asustó la hija de puta. Pero para ella fue en éxito total. De hecho por años evité hasta los roces con chicas, en el colectivo, la facultad, en el baño, donde fuese. Y de hecho el probador ocurrió porque estaba fumada.
Me cayó tan mal darme cuenta de esto, que me la pasé una semana llorando. En el laburo dije que tenía pérdidas. No pérdidas pérdidas, sino una menstruación prolongada, que no sabía qué me pasaba, que tenía que ir al médico. Un día dije que fui: fue al lunes siguiente, cuando me pareció que mi cara estaba mejor, que mi postura no delataba depresión y que emitía opinión cuando se daba una charla. Estoy cansada de llamar la atención por mi estado de ánimo, que la gente me pregutne si estoy bien, que qué me pasa. Hace rato decidí que las cosas no se me tienen que notar tanto, pero todavía no lo consigo. La última semana de junio estuvo mejor. Aunque no pude olvidarme del todo del probador.

jueves, julio 05, 2007

Probador

Hacía mucho que no lo hacía. Me lo regalaron, y un poco harta de mi estado de nada, fumé. Me dio por caminar. Y caminé. No mucho, pero me pareció un montón. Creí que estaba en otro barrio, pero seguía en el mío. Parecía que conocía a todos, y que un poco todos me conocían. La gente me miraba de otra manera. Bah, me miraba. Y yo la miraba como siempre pero mejor. Bah, lo que todos saben de cómo se mira, mejor dicho, cómo se ve, cuando se está fumada.
Me pareció linda, yo qué sé. Estaba así, podía ver chicas de otra manera. Sin fijarme tanto en qué usaban y cómo les quedaba y si a mí me podía quedar igual, sólo apreciar su belleza. Me acordé de la canción de Virus y me reí: esas cosas no me pasan a mí. Pero cómo me gustaría que me pasaran. Entré al gigantesco local de ropa popular pero seguí de largo, hacia donde estabana los zapatos. Una mierda. Y un mirada. Sólo caminé, agarré una y entré al probador. Tenía la mirada, estaba segura. Así que tarde. Tardé más de lo que la prenda necesitaba. Y ahí me asomé para ver si seguía mirando.
El te puedo ayudar en algo me tiró contra el espejo. Me preguntó si estaba bien. No contesté. No estaba asustada, no me reía, quería que entrara, pero no lo sabía. Entró. Yo en bombacha. Se agachó: te ayudo. No le contesté. Seguía así, en un no estado. Algo latente que no se sabe bien qué. Me agarró la mano y se la puso en la entrepierna. Estaba húmeda. Mi anular y mi índice tuvieron una de sus mejores experiencias: sintieron la humedad convertirse en líquido excitante. Su cara parecía de porno, pero era real: le encantaba. Me besó. Me encantó. Para mí fue un minuto de besos sin lengua, pero en realidad fueron menos. Y después con la lengua. Cuando puso su anular en mi concha sentí que también estaba mojada. Con poco me hizo acabar como hacía rato no lo hacía. El ahogo me sacó del éxtasis: ella me tapaba la boca con fuerza, yo no me escuchaba. Después dijo shhh, shhh, linda, hermosa. Sos divina. Y yo sonreí.
Escuché una voz de autoridad, y empecé a hacer ruido por el esfuerzo de levantarme de golpe y salir lo más pronto de ahí. Me abrazó fuerte, me tranquilice un poco, me dio un beso en la boca re dulce, se puso el dedo como la enfermera y dijo: una clienta que le bajó la presión. La voz de autoridad se fue. Tomá, llamame, me dijo con mi celular en la mano: Gisella, decía.
Estás mejor? Sí, sí, dije mecánicamente. Querés un vaso con agua? No, no. Bueno, tomá este sobrecito de azúcar, que te va a ayudar. Y llamame, agregó en secreto.