El problema es tu tiempo. Siempre. Mirado en perspectiva todo es fácil. Al menos entendible. A veces hasta risueño. El mientras tanto que va de ese momento que creíste que eras feliz hasta el otro momento que suponés que va a llegar. Pero no llega. Antes que por los hijos una entiende a los padres por la edad. Los reclamos se vuelven espurios, incluso cuando se sepa que no hay perdón. Le entregás tu hija a tu mamá por necesidad; hay casos felices: madres e hijas comparten. El mío no pertenece a ese grupo. Soy de las que la falta de tiempo las obligó a hacer de su madre una abuela. Que a eso se aprende también. Y yo le enseñé. Bah, le di el instrumento. Y ya está, el resto se pasa porque la nena esta feliz, y si ella está feliz, los reclamos te los metés bien ahí. Y yo me los tuve que meter, luego de intentar que, a cambio de afecto que ya jamás podrá volver a disfrutar, de ese regalo que es un niño haciendo de un vieja mujer un ser feliz, ella siguiera pensando que todo se debía a una etapa de mi vida que ya pasaría, y que más temprano que tarde no sería más.
Ese día no llegó. Por eso perduran los besos distantes, la falta de abrazos, los mimos, las caricias en el pelo, las miradas de aguante, la dulzura que siempre estaría disponible para que superara los tiempos duros que ella sabía que vendrían. La voy a tener que enterrar. Peor, cuidar su vejez. Como si el haber dejado todo por esta soledad no haya sido castigo suficiente. Como si todo el amor que me negó por haberle dicho que ya basta mamá, no haya sido suficiente peregrinar por el desierto. La concha de tu madre, mamá.
miércoles, junio 13, 2007
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2 comentarios:
implacable, J.
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