viernes, noviembre 17, 2006
Semáforo
De repente soy importante. Bah, pertenezco de nuevo al mundo del trabajo, eso que nos hace importantes, creo, hoy. Un evento, de esos a los que siempre me invitaban y nunca iba porque era una mina casada y con hijos y me debía a eso. ¡Qué lindo hubiera sido poder haber compartido esos momentos boludos con él! ¡Cuánta seriedad! Me río más, y eso es bueno. Por lo menos me hace sentir bien. Me río más que nada de mí, de lo boluda que fui. Antes no me causaba gracia, y eso está bueno. Todavía no me animo a dejarle el teléfono a nadie, aunque sé que el celular se le da a cualquiera, que no compromete para nada. Pero yo tengo ahí me semáforo, que sé qué no es él, pero igual lo tengo. Él, el mayor, que siento que cada vez que suena el teléfono clava los ojos en los míos. Recién ayer me di cuenta de que no era él, sino yo. Yo lo miré y él no me miró. No le interesa, pero a mí sí. No sé por qué. Tal vez por eso nunca pude ir a uno de esos eventos que van todos los que no tienen nada que hacer, o que quieren hacer mucho. Empecé a mirarlas a todos de otra manera. Creo que porque me siento una igual: en la soledad, en la desesperación por compañía, en el miedo, en el terror, en la torpeza, en la dificultad, en la idiotez, en la fragilidad de ser una mina. Quién sabe si ellos no sienten lo mismo, aunque por ahora siga sin creérles, y piense que sólo me quieren usar.
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