jueves, noviembre 23, 2006
Los besos del adiós
Pero necesitaba besar de nuevo, sentir mis labios sobre los de otro; no para sentir los de él, sino para sentir los míos, que estaban vivos, que podían jugar, entretenerse, doblegar a quien se le quería imponer. Dejarlo con ganas, por mínimas que fueran, de seguir besándome. Sé que son calentones por naturaleza, pero incluso así yo necesitaba sentir nuevamente el poder femenino, el de traerlo hacia mí hasta donde yo quisiera. Sin perder nunca el control. Incluso en los momentos en que me dejé llevar.
Fue lindo. Fue doloroso ver cómo él, el señor, se aleja para siempre, para no volver, para ser sólo el padre de mis hijos, entrando en una intimidad distinta que ay todavía cómo me angustia.
viernes, noviembre 17, 2006
Semáforo
lunes, noviembre 13, 2006
Lo que queda
viernes, noviembre 10, 2006
Lo vi
Lo vi con la nitidez que ningún recuerdo conserva. Estaban de la mano, se besaban, pero yo a ella no la conozco. Me hubiera gustado que viniera con ella al fiesta de cumpleaños del amigo en común, pero no vino. ¿Por qué vendría? Sabía que no lo iba hacer, pero lo deseé todo el día, desde el momento mismo del sueño, que fue el mismo día que el cumpleaños del amigo. Liberación clamaban las furiosas bestias. Mis bestias claman liberación. Verlo así, en público y de un a vez por todas tal vez me libere. Pero nada me libera. Y mucho menos alguien. Nadie se acerca a cumplir esa misión conmigo, no hay ningún héroe cerca, y no jodamos, ya no soy una nena. Si al menos fuera Araceli. Esa cara de nena, esa actitud. Pero es solo una imagen, no se puede ser así a los 40 o cerca de los 40. A mí me faltan algunos todavía, pero ya los siento, están ahí, presentes. ¿Qué son los 40? No tengo la más puta idea, pero suceden.
domingo, noviembre 05, 2006
Por una noche
Nos fuimos con la gorda y dormimos juntas, igual que desde que volví. Ella se durmió abrazada a mí, yo también pero mucho después. Dormí como si hubiera hecho un gran esfuerzo, y hoy me desperté con una angustia inaudita. Lloré sola más de media hora en el baño y después ella se despertó. Compramos juntas un regalito que ella le quería hacer a su papá que esta semana cumple años y después ya se fue. Yo prácticamente no me puedo mover.
Buena leche
Después de no cumplir con la promesa de uno por día quise retomar escribiendo de Lola, su nota en Viva, sin esa sensualidad que a sus lectores nos hizo feliz, tan desabrida, poco romántica, madre común, poco glotona, tan chica más. Pero la bronca por lo general no fue buena consejera para mí y menos en los últimos tiempos (unos diez años aprox), así que decidí tomarme tiempo.
Un nuevo impulso apareció con los chicos, pero me parecía demasiado íntimo y ensordecedor. Para mí. Era un zumbido de esos que permanecen y que terminás descartando porque estropea la posibilidad de escuchar el resto, no te deja entender qué te estás diciendo, si te están llamando o pidiendo algo, si alguien te necesita. Esa fue la razón por la cual también desistí escribir de eso. No me parecía decir que el mayor me bardeó las 24 horas que me soportó el sábado pasado, que la más chica me agarraba de la pierna a la altura del muslo y no me soltaba, que sólo me soltaba para abrazarme por la cintura, que fue al baño y como no me vio en la habitación de ella (donde estábamos antes de que fuera al baño) empezó a gritar Mamá, Mamá, y cuando le dije acá estoy apenas me vio me dijo tenía miedo que te habías ido de nuevo. Si el más grande se fue sin quedarse a dormir y quién sabe cuándo me perdonará, si la chiquita me llama todos los días para saber que estoy a mano, que no me fui, poco queda para decir de los chicos. El domingo caí en un bajón que creí definitivo, como creí cada uno de los que tuve desde el verano pasado, cuando por esas cosas que una nunca sabe empecé a percibir (por la simple y estúpida compra de un pantalón, hecho que sólo después se reveló como signo de percepción) que el señor se iba, se iba para siempre. Lola arruinó todo mucho más el lunes, cuando un tipo del trabajo a la que le mostré su página porque yo creía que Lola hacía calentar hasta a las piedras, me la mostró con sonrisa burlona, totalmente decepcionado con ella y conmigo después de la ilusión que le había generado al descubrirle la página, al presentarle a Lola, al darle la posibilidad del enamoramiento. Diría que casi me pega, pero la tiró así, como para que hiciera plaff, y el plaff se escuchara bien, casi en toda la oficina para que él se pudiera sacar las ganas de decir lo que tenía ganas de decir: Una putita cualquiera. Lola era una putita cualquiera. Se vendía, había especulado desde el principio, a lo sumo empezó como un juego pero enseguida se puso especular; no había dudas de que Lola era una putita. Pu-ti-ta, llegó a decir. Yo dije algo entre el non y el nan... No pude decir más: me salió parecido a ese de la propaganda de Insenbeck, esa que tuvieron que levantar al toque porque era reevidente que promovía la violación de minas, sin tener la más puta idea de que Lola después se iba a tener que defender de eso en las notas de prensa que estaba dando, porque incluso las minas (creo que todas las notas se las hicieron minas, los editores deberían tener miedo que la nota quedara muy babosa; ¿o fueron editoras, chicas celosas y envidiosas de no poder provocar algo parecido a Lola que mandaron a preguntar sobre la provocación y los orgasmos en el baño y otras preguntas berretas?) Nada de eso hubiera sido capaz de pensar en ese momento del non/nan. Después me acerqué a mi compañero, prácticamente el único (incluido muchas chicas) que en el trabajo me inspiró la confianza necesaria como para decirle que Lola a mí también me incitaba al sexo, me daban ganas de sexo leerla, salir a buscar algún tipo, algún pendejo y bajermelo, así porque sí, aunque después siempre terminara masturbándome sola en mi cama y llorando a la mañana siguiente que nadie hubiera puesto su mano entre mis piernas y penetrarme con sus dedos. Eso le dije al decirle el blog de Lola está muy bueno; ahora Lola me hacía esto. Me acerqué a mi compañero, casado, una nena de un par de años, futuro separado porque la sigue a su mujer mucho más de lo que debiera, que yo pensaba que Lola se había equivocado pero que no había especulado nunca, que tal vez creyó lo que creemos todos en un momento, que podemos controlar la situación y resulta que siempre la situación termina montándose en nosotros (al menos en mi caso, aunque esto no se lo dije), pero que no, Lola no había especulado. El me miró y dijo ¿te parece?, sí, le dije, así, con cara de floricienta, pero él no me creyó: después de mi mes de licencia por problemas de salud habrá pensado que no era conveniente siquiera poner en duda uno de mis razonamientos; andá saber lo que se dijo de mí en ausencia.
Así que Lola no me daba para escribir, por más que el viernes, desesperada como estaba frente a otro fin de semana con los chicos, uno dispuesto a crucificarme la otra a no dejarme mover y yo una pelota de angustia y depresión que terminaría alejándolos más, mi compañero me acercó la nota de Veintitrés y pude empezar a respirar más tranquila. Puede sonar bochornoso, pero diría que volví a respirar. Ahí estaba Lola, la sensualidad recuperada, la actitud, el desparpajo, la provocación, el sexo, la buena leche. Lola no especulaba, quería de la vida otra cosa que por más que en algún momento y en muchos sentidos se pareciera a lo que yo quería no era lo mismo. Lola no había llegado a salvarme, así que no me podía condenar. Lo miré a mi compañero que con el acto se hizo amigo, yo sentada él parado al borde de mis escritorio, y le sonreí; sonreímos juntos, yo emocionada, él también a su manera, una sonrisa de oreja a oreja que me dio envidia de su mujer y felicidad de su hija que superó y borró como un huracán la envidia a su mujer. Esa niña tenía un padre, igual que la mía. Tan mala no era, después de todo había elegido al señor para padre de mis hijos.