jueves, noviembre 23, 2006

Los besos del adiós

Fueron sólo unos besos. Malos, pero qué lindos fueron. Volver a sentir unos labios. No había forma de pensar que podía haber algo más, que ese tipo tonto que me decía estúpidas melocidades al oído y que creía que mi gracia se debía a su ingenio y ni en sueños se le podía cruzar por la cabeza que me causaba gracia que alguien volviera a decir cosas que la mayoría cree lindas y oportunas pero no son más que galantería berreta, pudiera provocarme algún entusiasmo.
Pero necesitaba besar de nuevo, sentir mis labios sobre los de otro; no para sentir los de él, sino para sentir los míos, que estaban vivos, que podían jugar, entretenerse, doblegar a quien se le quería imponer. Dejarlo con ganas, por mínimas que fueran, de seguir besándome. Sé que son calentones por naturaleza, pero incluso así yo necesitaba sentir nuevamente el poder femenino, el de traerlo hacia mí hasta donde yo quisiera. Sin perder nunca el control. Incluso en los momentos en que me dejé llevar.
Fue lindo. Fue doloroso ver cómo él, el señor, se aleja para siempre, para no volver, para ser sólo el padre de mis hijos, entrando en una intimidad distinta que ay todavía cómo me angustia.

viernes, noviembre 17, 2006

Semáforo

De repente soy importante. Bah, pertenezco de nuevo al mundo del trabajo, eso que nos hace importantes, creo, hoy. Un evento, de esos a los que siempre me invitaban y nunca iba porque era una mina casada y con hijos y me debía a eso. ¡Qué lindo hubiera sido poder haber compartido esos momentos boludos con él! ¡Cuánta seriedad! Me río más, y eso es bueno. Por lo menos me hace sentir bien. Me río más que nada de mí, de lo boluda que fui. Antes no me causaba gracia, y eso está bueno. Todavía no me animo a dejarle el teléfono a nadie, aunque sé que el celular se le da a cualquiera, que no compromete para nada. Pero yo tengo ahí me semáforo, que sé qué no es él, pero igual lo tengo. Él, el mayor, que siento que cada vez que suena el teléfono clava los ojos en los míos. Recién ayer me di cuenta de que no era él, sino yo. Yo lo miré y él no me miró. No le interesa, pero a mí sí. No sé por qué. Tal vez por eso nunca pude ir a uno de esos eventos que van todos los que no tienen nada que hacer, o que quieren hacer mucho. Empecé a mirarlas a todos de otra manera. Creo que porque me siento una igual: en la soledad, en la desesperación por compañía, en el miedo, en el terror, en la torpeza, en la dificultad, en la idiotez, en la fragilidad de ser una mina. Quién sabe si ellos no sienten lo mismo, aunque por ahora siga sin creérles, y piense que sólo me quieren usar.

lunes, noviembre 13, 2006

Lo que queda

Y por más que no quiera terminaré olvidándolo. Sé que será así y nada podrá cambiarlo. Ya fui informada de su decisión de que juntos así como fuimos nunca más. Seguro que tampoco podremos ser de otra manera, pero hoy todavía me resisto. Se lo dije a mi terapeuta. Me miró en silencio. Lloré desconsoladamente. Es una cagada, pero no hay otra posibilidad. Es como aprendí de Lola, ya no me acuerdo qué día y por eso no la linkeo. Ir a la facultad es una cagada, pero no ir es peor. Estoy bien. Y eso me jode más de la cuenta. No estaba preparada.

viernes, noviembre 10, 2006

Lo vi

Lo vi con la nitidez que ningún recuerdo conserva. Estaban de la mano, se besaban, pero yo a ella no la conozco. Me hubiera gustado que viniera con ella al fiesta de cumpleaños del amigo en común, pero no vino. ¿Por qué vendría? Sabía que no lo iba hacer, pero lo deseé todo el día, desde el momento mismo del sueño, que fue el mismo día que el cumpleaños del amigo. Liberación clamaban las furiosas bestias. Mis bestias claman liberación. Verlo así, en público y de un a vez por todas tal vez me libere. Pero nada me libera. Y mucho menos alguien. Nadie se acerca a cumplir esa misión conmigo, no hay ningún héroe cerca, y no jodamos, ya no soy una nena. Si al menos fuera Araceli. Esa cara de nena, esa actitud. Pero es solo una imagen, no se puede ser así a los 40 o cerca de los 40. A mí me faltan algunos todavía, pero ya los siento, están ahí, presentes. ¿Qué son los 40? No tengo la más puta idea, pero suceden.

domingo, noviembre 05, 2006

Por una noche

Ojalá el de ayer sea unanoche que mi memoria guarde. El futuro tiene esa cosas, y una nunca sabe. Estuvimos los cuatro en el mismo ámbito, fiesta escolar, con ella agarrada a la mano del señer y la mía, apretujadas y bomboleándolas, feliz como pocas veces la vi. Creo que nunca. Él, el mayor, estaba bien. Se divirtió con sus amigas, lo vi con chicas (nunca lo había visto en esa situación de levante) y sin mostrarse incómodo conmigo. Fue un alivio no recibir miradas de censura, saber que algunos sabían, muy pocos, de mi ausencia de un mes. El señor no se lo contó a nadie por su cuenta, me dijo; tuvo el tino. Pero a los dos semanas de mi borrada alguien le preguntó y él respondió. Así que lo deberían saber unos cuantos más, pero nadie me miró mal. Después pensé que por ahí lo hicieron, pero yo no me di cuenta, y eso me pareció mejor; mucho mejor. Que las miradas de los otros no te afecten es buenísimo. Casi genial, diría yo. Hablé con mujeres, me sentí una más, alguna que otra me contó su problema; no mucho: hijos, algún reproche de cariño tonto al marido y la pregunta obligada de cómo andaba yo, que en ningún momento sentí alusiva a mi ausencia sino a la posibilidad de una pareja. Sólo dos me preguntaron si estaba saliendo con alguien. Dije que no. Supongo que vieron algo depresivo en mí, porque no siguieron hablando del tema. El señor estuvo bien, me habló amablemente cuando tuvo que hacerlo; en un momento me preguntó si me sentía bien con ese gesto tan suyo justo en el límite de la subestimación y de la verdadera preocupación y por el cual no le podés decir nada porque si no enseguida dice que no, que no quiso decir eso, que disculpas. Pero estuvo bien, se mantuvo a la distancia precisa.
Nos fuimos con la gorda y dormimos juntas, igual que desde que volví. Ella se durmió abrazada a mí, yo también pero mucho después. Dormí como si hubiera hecho un gran esfuerzo, y hoy me desperté con una angustia inaudita. Lloré sola más de media hora en el baño y después ella se despertó. Compramos juntas un regalito que ella le quería hacer a su papá que esta semana cumple años y después ya se fue. Yo prácticamente no me puedo mover.

Buena leche

Después de no cumplir con la promesa de uno por día quise retomar escribiendo de Lola, su nota en Viva, sin esa sensualidad que a sus lectores nos hizo feliz, tan desabrida, poco romántica, madre común, poco glotona, tan chica más. Pero la bronca por lo general no fue buena consejera para mí y menos en los últimos tiempos (unos diez años aprox), así que decidí tomarme tiempo.
Un nuevo impulso apareció con los chicos, pero me parecía demasiado íntimo y ensordecedor. Para mí. Era un zumbido de esos que permanecen y que terminás descartando porque estropea la posibilidad de escuchar el resto, no te deja entender qué te estás diciendo, si te están llamando o pidiendo algo, si alguien te necesita. Esa fue la razón por la cual también desistí escribir de eso. No me parecía decir que el mayor me bardeó las 24 horas que me soportó el sábado pasado, que la más chica me agarraba de la pierna a la altura del muslo y no me soltaba, que sólo me soltaba para abrazarme por la cintura, que fue al baño y como no me vio en la habitación de ella (donde estábamos antes de que fuera al baño) empezó a gritar Mamá, Mamá, y cuando le dije acá estoy apenas me vio me dijo tenía miedo que te habías ido de nuevo. Si el más grande se fue sin quedarse a dormir y quién sabe cuándo me perdonará, si la chiquita me llama todos los días para saber que estoy a mano, que no me fui, poco queda para decir de los chicos. El domingo caí en un bajón que creí definitivo, como creí cada uno de los que tuve desde el verano pasado, cuando por esas cosas que una nunca sabe empecé a percibir (por la simple y estúpida compra de un pantalón, hecho que sólo después se reveló como signo de percepción) que el señor se iba, se iba para siempre. Lola arruinó todo mucho más el lunes, cuando un tipo del trabajo a la que le mostré su página porque yo creía que Lola hacía calentar hasta a las piedras, me la mostró con sonrisa burlona, totalmente decepcionado con ella y conmigo después de la ilusión que le había generado al descubrirle la página, al presentarle a Lola, al darle la posibilidad del enamoramiento. Diría que casi me pega, pero la tiró así, como para que hiciera plaff, y el plaff se escuchara bien, casi en toda la oficina para que él se pudiera sacar las ganas de decir lo que tenía ganas de decir: Una putita cualquiera. Lola era una putita cualquiera. Se vendía, había especulado desde el principio, a lo sumo empezó como un juego pero enseguida se puso especular; no había dudas de que Lola era una putita. Pu-ti-ta, llegó a decir. Yo dije algo entre el non y el nan... No pude decir más: me salió parecido a ese de la propaganda de Insenbeck, esa que tuvieron que levantar al toque porque era reevidente que promovía la violación de minas, sin tener la más puta idea de que Lola después se iba a tener que defender de eso en las notas de prensa que estaba dando, porque incluso las minas (creo que todas las notas se las hicieron minas, los editores deberían tener miedo que la nota quedara muy babosa; ¿o fueron editoras, chicas celosas y envidiosas de no poder provocar algo parecido a Lola que mandaron a preguntar sobre la provocación y los orgasmos en el baño y otras preguntas berretas?) Nada de eso hubiera sido capaz de pensar en ese momento del non/nan. Después me acerqué a mi compañero, prácticamente el único (incluido muchas chicas) que en el trabajo me inspiró la confianza necesaria como para decirle que Lola a mí también me incitaba al sexo, me daban ganas de sexo leerla, salir a buscar algún tipo, algún pendejo y bajermelo, así porque sí, aunque después siempre terminara masturbándome sola en mi cama y llorando a la mañana siguiente que nadie hubiera puesto su mano entre mis piernas y penetrarme con sus dedos. Eso le dije al decirle el blog de Lola está muy bueno; ahora Lola me hacía esto. Me acerqué a mi compañero, casado, una nena de un par de años, futuro separado porque la sigue a su mujer mucho más de lo que debiera, que yo pensaba que Lola se había equivocado pero que no había especulado nunca, que tal vez creyó lo que creemos todos en un momento, que podemos controlar la situación y resulta que siempre la situación termina montándose en nosotros (al menos en mi caso, aunque esto no se lo dije), pero que no, Lola no había especulado. El me miró y dijo ¿te parece?, sí, le dije, así, con cara de floricienta, pero él no me creyó: después de mi mes de licencia por problemas de salud habrá pensado que no era conveniente siquiera poner en duda uno de mis razonamientos; andá saber lo que se dijo de mí en ausencia.
Así que Lola no me daba para escribir, por más que el viernes, desesperada como estaba frente a otro fin de semana con los chicos, uno dispuesto a crucificarme la otra a no dejarme mover y yo una pelota de angustia y depresión que terminaría alejándolos más, mi compañero me acercó la nota de Veintitrés y pude empezar a respirar más tranquila. Puede sonar bochornoso, pero diría que volví a respirar. Ahí estaba Lola, la sensualidad recuperada, la actitud, el desparpajo, la provocación, el sexo, la buena leche. Lola no especulaba, quería de la vida otra cosa que por más que en algún momento y en muchos sentidos se pareciera a lo que yo quería no era lo mismo. Lola no había llegado a salvarme, así que no me podía condenar. Lo miré a mi compañero que con el acto se hizo amigo, yo sentada él parado al borde de mis escritorio, y le sonreí; sonreímos juntos, yo emocionada, él también a su manera, una sonrisa de oreja a oreja que me dio envidia de su mujer y felicidad de su hija que superó y borró como un huracán la envidia a su mujer. Esa niña tenía un padre, igual que la mía. Tan mala no era, después de todo había elegido al señor para padre de mis hijos.