Estoy con el pijama que me compré cuando todo se venía abajo y desesperada quería seducirlo, mostrarle que también podía ser sensual, perra. Me negaba a ver que cuando todo se viene abajo no hay nada que lo detenga; él también, es verdad, pero eso no me pone mejor. Escucho a los Tindersticks, descubiertos cuando ya la crisis estaba instalada pero parecía parte de la vida que nadie te explica que es así y que por eso mismo suponés que de eso se trata la vida y te introducís en ella con naturalidad, como si no hubiera otra posibilidad. En cambio el virus que me inoculó lo llevaba desde hacía rato, prácticamente desde el principio, tal vez de lo contrario no lo podría haberlo amado. El virus todavía perdura y no me lo puedo sacar, se activa cada vez que tengo ganas de despegar, de liberarme del lastre, de sentir que se puede intentar algo distinto al dolor. Vuelve en forma de otro hombre que me dice que no, al que dejo que me coja pero no quiere abrazarme después, ni hacer cucharita, ni dormir conmigo. Vuelve en el que me habla pero después no me habla más, incluso pese a intentar no seguir los cánones y llamarlo yo, incluso siguiendo los cánones y no llamándolo. Vuelve en una canción de Tindersticks y también en una de Tom Waits, en una de Radiohead y más en una de Calamaro, en una de Oasis y ni que hablar en una de Estelares. Está ahí como estaba en los Manos del Eternauta, que se les activaba cada vez que tenían miedo. A mi se me activa cada vez que no sufro más por él, y me mantiene irremediablemente viva para que siga preguntándome cómo pudo hacerlo, cuál fue el motivo de responsabilizarme del final cuando me maltrataba a diario, cómo no se le ocurrió que lo dejé para ver si de una vez por todas me escuchaba, qué mierda le pasa por la cabeza para no poder quererme.
jueves, septiembre 07, 2006
Virus
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