Es cierto: a Araceli González ya se le nota la edad. A todas se nos nota. A mí también, pese a que sigo dando batalla. Pero el paso del tiempo con conciencia no es lo mismo que sin él. Como si nos convocara a buscar detalles ínfimos de nuestra humanidad para descubrir que ya no son lozanos (palabra que en algún momento de mi vida me había prometido no usar nunca), tersos, rutilantes; lo único que queda de ellos es un dejo de ternura por la gloria pasada, que no quiere decir la gloria vivida. La mayoría de esos detalles en los que descubrimos el paso del tiempo han vivido sin gloria, muchos sin uso. Puede ser que a los 40 algunos tengan su efímera grandeza. Será breve. Seguramente no dejará huella. Es necesario no dejar huella para sobrellevar lo que viene de la mejor manera, que en la segunda mitad de la vida es hacerlo sin dolor, ni siquiera con rastros de ese dolor.
Cuando se dejan los 30 el tiempo empieza a enumerar las cosas de las que hay que despedirse para siempre. Es temprano, seguro, pero la conciencia de su paso, la del tiempo, empieza a horadar cuerpo y alma para que el dolor no haga mella cuando las cosas que se pueden hacer sean ínfimas al lado de las que no. Suena Dulces 16 en la radio y yo escribiendo del paso del tiempo. Me los hizo conocer un novio que tuve, no el primero, sí el del debut sexual, magro como el de la mayoría de las chicas de mi época. Esta creo que ya no lo es, más allá de lo que resista, porque la resistencia cansa, especialmente cuando el cuerpo ya no está apto para la gloria, que es la gloria del sexo, la gloria de la droga, el tiempo en que todo puede ser un rock and roll de sensacionales sensaciones incontrolables y sonrisas despiadademente felices.
miércoles, mayo 20, 2009
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