martes, diciembre 18, 2007

Belmondo

Una amiga me preguntó por qué no posteaba. No tengo ganas, le dije. Toda la verdad del mundo, si es que a esta altura de la vida una puede decir la verdad. En realidad nunca pudo, pero en algún otro momento de la vida creyó que lo decía. Al borde de los 40 ya no me creo esas cosas. Ni muchas otras, claro. Por ejemplo, que mi mirada cambie de foco  y comience a ver cosas que no le interesan. Hay algo que me dice que ya no quiero hacerlo. Especialmente el hecho de que no haya hombre con el que pienso que me puedo levantar. O sea, como aprendí en Sin aliento de boca de Belmondo (fantástica boca de labios carnosos, para dar esos besos que por lo general tanto nos gusta, los que nos hacen sentir protegidas, queridas, importantes, esos besos que le sacamos a todos los hombres para ver si les interesamos, y que antes o después, en el sexo, al besar nuestro pezón nos hacen subir eso que a falta de mejor nombre llamamos cosquilleo y nos contrae por dentro, dotándonos de una fuerza superior para abrazarlo con todo contra nuestro pecho, soñando y viendo, y que por ver soñamos, que su boca juega con nuestro pezón): lo importante no es llevarse una mujer a la cama, sino despertarse con ella. Más de dos años parecen ser tiempo suficiente como para considerar que tomé una decisión. Y que será muy difícil revertir. 

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